Arrebate los años, me fugue con la tristeza, volví a amar un día de luna llena.
Sentí en lo profundo la misma herida, deje ir, plante margaritas en medio del olvido.
Hoy vivo contra el tiempo, soy amiga de la relojería, temo por llegar tarde a mi destino final, sigo haciendo fiesta en medio de los abrazos y refugiándome donde lleve paz.
Es nuevo para mis ojos, lleva lucha en la mirada, carácter en las manos y amor, demasiado amor en su boca, es un hijo de los días, del mundo y de la naturaleza, es como madrugada en un día de invierno.
Vemos los pájaros, hablamos con ellos, sentimos su aire, atravesamos risas y nos miramos con deseo, pero nuestro miedo es finito, sabemos que la amor es efímero y por eso no nos tocamos.
Diferentes, somos diferentes, pero coincidimos en medio de nuestra batalla de vida, es lejano, lejano como el cielo, pero tan cerca como la misma tierra.
No nos tocamos, sabemos que somos fuego, que creamos olvidos y no queremos dejar recuerdo.
Somos aire, aire puro que se traspasa solo por medio de las bocas que se unen, nuestras bocas no se unen, siempre se evitan.
Somos mirada fulminante, amigos del manoseo, amigos de la misma fiesta, pero no el mismo corazón.
No nos tocamos, tenemos pasado que sale por los poros, pero nos queremos, nos queremos en una distancia previa a la que nos sometemos.
Somos mirada, amigos, fuente, salida, beso de cariño, y tomadas de mano solo por protección.
Somos Luna llena y contemplación, pero no nos tocamos, estamos heridos desangrados, luchando y luchando, nunca juntos siempre distantes, y al mismo tiempo siempre cerca.
Nos vemos por medio de nuestras manos y nos sentimos por medio de nuestro corazón.
No nos tocamos, nos amamos desde la distancia.