Mentirosa.

837 56 4
                                    

Capítulo 3.

Mis párpados se sentían pesados. Como una cortina la cual es difícil de descorrer, sin embargo la descorrías para dejar pasar los rayos de luz por la ventana.

Abrí los ojos, parpadeando repetidas veces, encontrando neblina frente a mí. Por supuesto, maldita miopía. Con la mano tanteé el lugar a mí alrededor, intentando encontrar esas cosas que se hacían llamar lentes. Fruncí el ceño sin éxito.

Una mano se colocó en la mía, deteniéndome. Me congelé.

Mire por mi borrosa visión y solo alcancé a percibir –o eso creo– unos brazos acercarse a mí rostro. Alejé la cara, pensando lo peor y tratando de evitarlo. No quería tener un ojo morado al día siguiente. Escuché un bufido salir de los labios de aquella borrosa figura y rápidamente sentí como algo golpeaba el puente de mi nariz, y mareándome al cambiar de perspectiva en mi visión.

Parpadeé varias veces más, intentando adaptarme a mi renovada visión. Había un problemilla, veía unas grietas por entre los cristales de los lentes, y me di cuenta que estaban rotos. Maldita sea.

—Las chicas los rompieron. —una voz seca y cortante como una navaja llenó el silencio que se había formado en la habitación. Di un respingo al reconocer inmediatamente al dueño de aquella voz. Vaya, ni cinco minutos hablando con él y ya sabía quién era.

Lo miré de reojo recargado en la pared, intentando no posar mi vista directamente en aquellos ojos tan oscuros como la noche y ser absorbida como en un agujero negro. Vale, eso era imposible. ¡Pero vamos! ¡El tipo daba algo de miedo! Mucho miedo, en realidad. Asentí con la cabeza. Él no se había comportado exactamente amable conmigo, así que no sabía qué decir sin ser grosera. No conocía al tipo –apenas era consciente del hecho que estudiaba en esta escuela– y solo había averiguado su nombre gracias a Thomas. Por primera vez en mi vida, no quería decir nada más que lo estrictamente necesario. Así que me obligué a responder.

—Gracias. —sonó como si me estuviese ahogando, pero intenté no prestarle mucha atención a ese hecho.

—Te torciste el tobillo. —dijo Zed de repente como si acabara de acordarse y hubiera escupido las palabras tan pronto como se le vinieron a la mente. —. La señora White dijo que usarías ese yeso por el resto de la semana, y te regaló unas muletas.

Zed señaló respectivamente dichas cosas. Yo miré la dirección de sus dedos, primero hacia mi pie izquierdo cubierto por un yeso de color blanquecino, y luego hacia el par de muletas recargadas contra la pared al lado de Zed. Mi vista divagó un instante en su cuerpo para después volver a las muletas. Pero mis ojos fueron atraídos hacia él, de nuevo, casi como un imán.

No llevaba puesto el uniforme de educación física reglamentario. El cual consistía en una camisa amarilla con el nombre de la escuela marcado en ella con azul, y unos shorts amarillos un poco por encima de la rodilla. En cambio, él llevaba unos jeans azules desvencijados, una sudadera de un color verde militar que dejaba ver lo delgado que era, y sus converse negras y viejas cubriendo sus pies.

Subí hacia su rostro y me sorprendió encontrarlo mirando mi escrutinio hacia su persona. Los colores se me subieron a la cara, pero no fui capaz de apartar la mirada de su cara.

— ¿Qué miras, boba?—su voz no sonaba irritada, simplemente exigente. Pesé a saber que yo no era la que estaba siendo grosera, sino él, me sentí terriblemente avergonzada.

—A ti, es obvio. —le respondí a media voz. Ahora tenía miedo a cualquiera de sus reacciones. Ya había dicho que tenía un bigote. Cosa completamente falsa, quiero aclarar. Y ahora me había llamado boba. Esperaba no comenzara  a insultarme como las demás animadoras del equipo, o como los populares. Ya sería bastante malo que incluso el Rey del Hielo, rompiera su esfera de cristal solo para joderme la existencia.

Suspiré, sintiéndome absolutamente cansada. Intenté que no me afectara.

Su voz me hizo salir de mis cavilaciones.

—Pues deja de hacerlo. —gruñó en tono molesto, y decidí intentar romper el hielo un poco. Eh, ¿qué tal? Rey del Hielo, romper el hielo, ¿entienden? Je. Sí, bueno, me reiré yo sola en mi cabeza.

—Es un país libre. —me limité a decir en respuesta, encogiéndome de hombros como restándole importancia. Él se irguió de pronto en su lugar, alzándose en toda su estatura como el monte Everest y se dirigió a paso amenazante hasta mi posición sobre la cama de la enfermería. Tragué audiblemente.

—Mira, niña —empezó escupiendo aquellas palabras y apretando los puños como si estuviese intentando contenerse de hacer algo, y yo simplemente no pude evitar reprimir el escalofrío que me recorrió la columna en cuanto sus ojos se fijaron directamente en los míos. —. Yo jamás he irrumpido en tus lecturas en la biblioteca, jamás me he metido contigo, ni perturbado tu espacio personal. Así que te pido hagas lo mismo conmigo. No, es más, te lo ordeno.

Sus palabras cortaron el aire, y era como si de repente se me estuviese dificultando respirar. Por algún motivo sentía algo removerse en mi estómago, como cuando tienes esa horrible sensación de que vas a vomitar, pero peor, mil veces peor.

Por mucho que intentase concentrarme en la situación, mi cerebro solo admitía una frase, y de alguna manera, con mi sagacidad intenté tomar control de la situación, dándole la vuelta a sus palabras. Intenté reprimir la sonrisa.

— ¿Me observas en la biblioteca? —pregunté inocentemente, y sus ojos parecieron abrirse un poco más, pero intento ocultar aquel hecho frunciendo sus bastas cejas en un ceño.

Desde esta distancia, podía ver claramente el color de su iris.

Azul. No ese azul cielo que hace pensar a todos en algodones de azúcar y arcoíris, sino un azul tan oscuro como una noche sin luna y solo estrellas. Sus ojos brillaban igual que faros en contraste con su oscuro cabello que le cubría la parte izquierda de su frente, tal vez por la exaltación, coraje, vergüenza, o… O tal vez buscaban sangre, mi sangre para ser más específicos.

—No dije eso. —protestó él con voz más grave que antes. Observé su cuello rojo, ardiendo, intentando hacer llegar el color a sus mejillas. Y decidí sonreír con victoria.

—Sí que lo hiciste.

— ¡Que no!

—Que sí.

Él dio un paso atrás y luego volvió a dar uno hacia adelante en mi dirección, e hizo este movimiento un par de veces más hasta que, fastidiado, golpeó sus manos contra sus piernas en gesto de exasperación y miró directamente a mis ojos atravesando todas las barreras hacia mi alma. Contuve la respiración.

—Aparte de Nerd, mentirosa.

Y se fue, dando pisotones y soltando maldiciones en su camino hacia la puerta.

Solo hasta que lo vi pasar la puerta, solté el aire que estaba conteniendo e intente mantenerme serena.

Por algún motivo, las últimas palabras de Zed me habían herido. Sabía que no tenía sentido, ya que el mentiroso era él, desde lo del bigote. Pero eso no evitaba sentirme de la manera en que me sentía.

Solté un largo suspiro antes de darme cuenta que seguía en uniforme de educación física y casi quería arrancarme las prendas ahí mismo y andar por ahí aunque fuese desnuda. Pero no lo haría por tres razones:

1. No tenía suficiente valor para andar caminando por ahí desnuda.

2. No tenía cuerpo que presumir en paños menores.

3. Sería la humillación pública más grande del mundo.

Y bueno, no es como si no estuviese lo suficientemente humillada ya, pero una cosa era que me humillaran y otra muy diferente que me auto-humillara. Además tampoco podía permitirme el lujo de recibir una sanción por parte de la directora por andar de loca en los pasillos. Empezaría a darme un enorme discurso, llamando a mis padres, creyendo que me faltaba una canica y…

Momento, ¿cómo pasé de Zed Wallet a la ausencia de mis capacidades mentales?

Bufé internamente en mi cabeza.

Cerebro estúpido.

El Rey del Hielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora