Muy buenos días.

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Capítulo 6.

El resto de la semana transcurrió volando.

Las clases eran completamente normales, los días eran iguales de soleados y Julie y su séquito no paraban de intentar meterme pie cada que pasaba cerca de ellas. Afortunadamente, sobreviví los siguientes días y para el fin de semana las muletas ya se habían ido. Mi pie estaba tan feliz de poder moverse y ser liberado que casi me ponía a dar piruetas tan mortales como las de Julie ahí en mi habitación.

Claro que eso no pasó.

En los días siguientes no estuvo ni la sombra de Zed. Me llegué a preguntar seriamente si en realidad solo estaba ignorándome. Claro que eso era lo normal en alguien como él. Aunque la verdad, no tenía ni la más mínima idea de por qué esas cosas ocupaban mis pensamientos en esos momentos.

Síp, ya se me botó una canica.

El domingo logré atrapar a mamá un rato mientras comía.

—Hola, mamá. —la saludé desde la puerta de la cocina mientras ella asentía con la cabeza, concentrada en responder un mensaje de texto en su iPhone como si su vida dependiera de ello. Intenté no prestarle importancia al hecho de que probablemente aquel pedazo de chatarra era más importante que su hija.

—Mamá, necesito que me cambien los lentes. —dije yendo directo al grano. Ella alzó la vista un instante para mirarme a la cara, descubriendo las pequeñas grietas en los lentes. Su expresión era serena, jamás había visto a mi madre alterada por nada. La verdad es que casi jamás la veo, en realidad.

Ella volvió la vista a su teléfono y tomo otra cucharada de la sopa de champiñones de la cena de ayer, a la cual no asistió como es obvio.

—Te los traeré para la noche. —dijo con voz apenas lo suficientemente alta como para que la escuchara. Asentí, consciente de que no podría ver el gesto, pero eso no me impidió hacerlo.

— ¿Y qué tal el trabajo?—pregunté cómo quien no quiere la cosa. Mamá levantó el dedo pulgar de la mano derecha mientras seguía tecleando la pantalla táctil de su celular con la otra.

—La semana que viene son los exámenes. —seguí intentando con la esperanza de obtener algo más de ella que una frase hueca y un gesto con la mano. Ella suspiró y finalmente centró su atención en mí.

Por un lado, mi conciencia quería bailar por haber conseguido al menos 20 segundos preciados de su atención. La otra quería echarse a llorar por la forma exasperada en la que me miró.

—Te deseo mucha suerte, cariño. Pero en verdad estoy ocupada ahora mismo. ¿Podemos dejar esta conversación para después?

Sentí que mi corazón se doblaba por la mitad.

—Seguro. Suerte con tu caso. —le dije con mi mejor intento de sonrisa y salí de ahí echa una bala hasta mi cuarto.

Sabía que no debía quejarme. Después de todo, mamá trabajaba duro para poder mantenernos en St. Clair. Que no era nada barato por si me lo preguntas.

Pero no podía evitar sentirme ignorada un poco por su parte.

A veces sentía que no podía hablar con nadie. Tenía a Thomas, sí. Pero con él no podría hablar de Wade sin que pensara que era una idiota por estar colgada por un ‘imbécil’ como él. Según Thomas, claro está. Tampoco podía hablar con papá. Digo, él era buena onda y todo, pero a veces era demasiado excéntrico que no podría mantener el hilo de una conversación con él sin empezar a hablar de patos y unicornios. Y bueno, ya conocieron a mi madre.

El Rey del Hielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora