Séptimo acto: Decisión.

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Séptimo acto: Decisión.

Jem bebe más Yin Fen por Tessa.

"—¡No voy a vivir! —Jem ya estaba de pie, con las mejillas arreboladas; Will pensó que nunca lo había visto tan enfadado—. No voy a vivir, y prefiero ser todo lo que pueda ser por ella, brillar tanto por ella como desee aunque por un tiempo más corto, que hacer que cargue con alguien sólo medio vivo durante mucho tiempo. Es mi decisión, William, y no la puedes tomar por mí.

  —x—  

Era noche sin luna, helada, producto de un cielo encapotado de nubes que anunciaban la velada y fría lluvia que azotaría los cipreses. El clima estaba como los residentes del instituto de Londres, silencioso, triste, suspendido.

Jem había tenido otro de esos días, otra caída en picada que lo dejó colgando en las garras de una colérica debilidad por culpa de un amor cuyo precio estaba devorando más de su vitalidad. Una efigie que Will ya no soportaba presenciar.

Las palabras de su parabatai seguían firmes en su oído, repitiéndose constantemente como un tocadiscos hasta desorbitarlo de sus pensamientos. Lo estaba perdiendo más rápido de lo que debía, más eficaz de lo que habían creído y todo por unas tangentes que resultaron las más mortales que hasta ahora pensaba; un sentimiento.

—Ya veo, estás muriendo por amor —le había dicho y Jem sólo le afirmó lo evidente con la mirada.

No habían hablado desde entonces, salvo de su propio colapso por no conseguir en el Yin fen que necesitaban. William sentía que las puertas se cerraban, que todos sus escapes se venían abajo y que él quedaría atrapado en sus escombros, sin poder hacer nada para ayudar.

Esa vez, sólo porque era su prometida, y porque no tenía el valor de mirarle a la cara, William había cedido su puesto a Tessa para que estuviera a lado de su parabatai, observándolo de lejos desmoronarse por esa maldita enfermedad que tenía dientes de hierro. Verlo así lo hacía odiarse por hacer esa promesa de no buscar una cura a tiempo, por haber puesto por encima de su vida la lealtad. Incluso a esas alturas, siendo liberado del pacto, gozando de la aprobación para poder luchar contra lo inevitable, se sentía frustrado porque no podía conseguir algo en el corto tiempo que la vida de Jem le estaba ofreciendo.

Era una cruel encrucijada, su lado de amor y honra le cortaba el cuello, y por el otro, el remordimiento y la desdicha era tortura suficiente para arrancarle el aire. Jem era todo lo que tenía para aferrarse sin perder lo poco que le quedaba de sí mismo, que aún estaba sosteniéndose de su fidelidad y dignidad.

Era lo poco y único que tenía. Aun cuando ya sabían de su falsa maldición, nada había cambiado, todo seguía igual de oscuro. Igual de quebrado. Igual de solo.

Intentó una vez más refugiarse en las letras grabadas en sus libros, en borrar sus pensamientos y el dolor insistente en su pecho producto del lazo parabatai. Estaba acostumbrado a esa punzada, la sobrellevaba tiempo completo, y ahora que Tessa se había instalado en el corazón de ambos, el dolor a veces se apaciguaba. A veces.

Un sutil estremecimiento le recorrió el sistema y jadeó de dolor, encorvándose por la presión en la runa de hermandad. Jem le llamaba. Era su manera de hacerlo, apretándole y estrujarle el pecho diciéndole: A mí no puedes ignorarme, William Herondale. Aunque quieras.

«La tienes a ella, Jem —dijo como si le oyera—. Por ella bebiste más Yin fen, por ella te estás muriendo, por ella te estoy perdiendo. A mí no me necesitas»

Triángulo Roto / HeronstairsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora