3: la princesa de la torre

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La princesa suspiró, llevaba encerrada en la habitación de la torre dos días, pero aún, ningún príncipe había ido a rescatarla, empezaba a pensar, que aquella idea había sido estúpida y que tarde o temprano moriría allí sola de inanición.

Ángel bajó de la camioneta tras su hermano, el muchacho esperaba, ya que lo habían hecho levantarse más temprano de lo normal, encontrarse con algo interesante en aquel instituto. Oyó entonces con su fino oído los gemidos sofocados de una muchacha, que lloraba.

Los hombres de su familia heredaban unas clases de peculiaridades físicas, que los hacían superiores al resto de los humanos, algunas de esas habilidades eran, unos sentidos súper desarrollados, además de velocidad y fuerza superior a las de cualquier hombre normal y corriente. También algunos de ellos podían nacer con unas especies de dones especiales, que los volvían muy poderosos y peligrosos para personas como Fátima.

-¿La oyes? – comentó el menor de los dos hermanos.

Ángel asintió - el rastro de energía es evidente en ella, algo me dice, que es la bruja, que estamos buscando, voy a ir a intentar percibir su aura.

Se encaminó decidido en dirección a la muchacha, quien acurrucada con las piernas encogidas en torno a su cuerpo, se estremecía suavemente al compás de su entrecortada respiración. Su moreno cabello caía en largas ondas ocultándole el rostro, la chiquilla levantó entonces la cabeza para mirarlo sorprendida, Ángel pudo escuchar cómo el pulso de Fátima se aceleraba a medida, que se acercaba a ella.

Por fin llegó al banco, en donde sentada y con unos ojos muy grandes y surcados de largas y negras pestañas, esperaba paciente a que Ángel diera comienzo la conversación, la miraba expectante de aquellos extraordinarios ojos, que eran de un celeste muy claro, lo abrumaba significativamente.

Lo más fascinante de todo era, sin embargo, el tono de su aura, de un azul muy claro y brillante, parecido al celeste de sus ojos.

Ángel era uno de aquellos hombres, que heredaba unas series de habilidades especiales, el joven, tenía la capacidad de ver el alma de las personas. Hasta ahora había aprendido a diferenciar las auras de color negro, que representaban la maldad, de las blancas, que expresaban la pureza del alma de una persona, también las había de color rojo, señalizaban, que una persona tenía pensado cometer algún crimen, mientras, que la gran mayoría de la auras de las personas normales y corrientes eran de color verde agua, a parte, los hombres como él, tenían auras doradas y las mujeres quienes transmitían la herencia, y daban a luz a los semejantes de Ángel, las tenía plateadas, igual, que Beatriz, su madre. Las brujas simplemente no tenían alma. Con esta habilidad, Ángel descubría a las brujas, que con sus poderes no eran capaces de ocultar su ausencia de aura.

El alma de esa muchacha, sin embargo, era de un azul clarísimo, que irradiaba luz por sí misma, nunca antes había visto nada por él estilo y lo peor era, que no sabía si aquello era buena o mala señal.

                                                                            ~•°•~

El muchacho llegó hasta donde ella se encontraba, para detenerse justo en frente de Fátima, luego con mirada evaluadora la observó con intensidad, parecía como si la estuviera analizando, aquella sensación no fue del agrado de Fátima, quien, sin embargo, se fijó en los hipnotizantes ojos de Ángel, su mirada en tonos verdosos y azules asemejaban un mar en calma, cuando menos se lo esperó, el desconocido le dedicó una media sonrisa de dientes blanquecinos, para luego dar inicio a la conversación.

-Hola, soy el nuevo encargado de mantenimiento, he sido informado acerca del estallido de unas ventanas en una clase, ¿me podrías indicar cuál es el aula? – inquirió con un sutil acento italiano.

-Por supuesto – Fátima hizo un pausa para secarse las lágrimas con la manga de su jersey – está en la tercera planta, es la primera a mano derecha.

- ¿Sabes cómo han estallado las ventanas? - preguntó - me han dicho que lo hicieron de una manera inexplicable.

-Lo siento, no tengo ni idea – se puso muy nerviosa de improvisto.

Los latidos del corazón de Fátima, antes acompasados, comenzaron ha acelerarse a causa de la mentira, Ángel con su agudo oído lo captó de inmediato.

- Está bien, muchas gracias.

Le dedicó otra media sonrisa, para luego dar media vuelta y marcharse en dirección al aula.

Una sensación de alivio inundo el corazón de la joven cuando el apuesto hombre de mantenimiento la hubo dejado a solas por fin. Le había mentido, pues lo cierto era, que sabía perfectamente cuál había sido el origen de la explosión de los cristales, mentir la incomodaba, pero no quería, que supieran, que estaba involucrada directamente con el suceso, Fátima comprendía, que tenía un origen sobrenatural y si la gente descubría, que poseía una serie de poderes especiales, trasmitidos por su abuela, podrían tacharla de bruja y a saber, que harían con ella.

Cazador de brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora