11: una lucetita no tan brillante

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La muchacha dejó de estar asustada, nada más que la luz se posó entre sus delgadas y finas manos, pudiendo ver entonces, que aquella lucecita era en realidad un hada, sin embargo y aunque el hada pareciera hermosa e inofensiva, su corazón estaba plagado de tinieblas, por lo que aquella bella muchacha, no estaba ni mucho menos a salvo cerca de aquella hada.


Ángel pasó el resto de las horas de antes del recreo haciendo trabajos de mantenimiento de aquí para allá, de vez en cuando, pasaba por enfrente de la clase de Fátima y se asomaba por el cristal que hacía las veces de ventana para observarla mientras estudiaba, se percató entonces de que Fátima no se comportaba al igual que sus compañeros. La chiquilla, no parecía ajustarse a ninguna jerarquía de instituto; solía llevarse bien con todo el mundo de su clase, especialmente con ese amigo suyo, el pelirrojo, pero después pasaba mucho tiempo a solas por propia voluntad. A menudo, se quedaba ensimismada, haciendo garabatos sobres sus libros y apuntes, mientras los profesores impartían su asignatura, pero si algún profesor le preguntaba algo acerca del temario, ella sabía responder con total soltura a sus preguntas. Fátima era inteligente, no le cabía duda. Por lo que había leído en su expediente académico, la chica, era una alumna brillante, que sin embargo, no parecía pasarse horas y horas estudiando, para obtener buenos resultados, se podría decir también, que la chiquilla era un poco problemática, pues el incidente con su profesora no había sido un caso aislado, Fátima tendía a la confrontación con profesores y alumnos que no pensaban igual que ella, pero por lo poco que la conocía, Ángel no dudaba ni por un momento, que en todos aquellos caso, en los que la joven bruja había sido castigada, llevaba toda la razón, simplemente, tenía problemas para controlar sus emociones y sentimientos, sobre todo, la ira.

Sonó entonces la campana del recreo y los alumnos salieron de sus respectivas aulas en dirección al patio, el cazador, sin dudarlo por un segundo, siguió a la marabunta de jóvenes estudiantes hacía el patio del recreo y comenzó a arreglar una fuente, que no por casualidad, estaba situada frente al banco, en donde Fátima desayunaba con sus amigas.

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Como cada recreo, Fátima se encontraba sentada en un banco con sus compañeras de clase, Elisa y Sofía. Aquellas chicas eran las únicas que parecían encajar con la personalidad de Fátima. Elisa era alta y delgada, la chiquilla albina, lucía una corta melena lisa y de color blanco que le otorgaba un toque de casta alegría, su piel también muy clara y rosada, parecía relucir bajo los rayos de sol, que se filtraban por entre las blancas nubes navegantes de un cielo claro y celeste; de ojos grises, hablaba con un fino y dulce hilo de voz que no hacía otra cosa, que remarcar la pureza inocente de su transparente alma. Sofía por el contrario, era bajita y de semblante serio, su ropa, totalmente negra y su pelo rizado y degrado de azabache a azul oscuro, le otorgaban un toque gótico que la envolvía en halo de misterio; la chiquilla, de grandes ojos oscuros y muy maquillados escuchaba la conversación paciente y sin intervenir. Su alma de color verde agua señalizaba que era una persona normal y corriente a la que por lo visto le apasionaba el color negro.

-Fat, el chico de mantenimiento no para de mirarte – comentó Elisa entre suaves carcajadas y refiriéndose a ella con el diminutivo de su nombre, que solían usar para nombrarla.

-Nos está mirando a todas, somos un grupo peculiar – explicó Fátima sonrojada.

-Que va, te está mirando a ti – sentenció Sofía interviniendo por primera vez en la conversación.

-Bueno, es que lo conozco, he hablado un par de veces con él.

Elisa comenzó a emitir una risilla nerviosa – es guapo.

Cazador de brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora