Capítulo 6 - Milo Mancini

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Año 1925

En la penumbra del salón, todos bailaban y conversaban entre bebidas. Con la música resonando, alegre y liberal. Había algo seductor y desafiante en lo prohibido, porque nada de lo que estaba sucediendo allí mismo era legal en aquella época. Bebió un sorbo largo de su whisky antes de que sus ojos se dirigieran inevitablemente hacia la inquieta figura que bailaba.

Entre risas borrachas, Chiara bailaba feliz. Sin la solemnidad diaria, ni la pretensión de esa perfección que todos aspiraban de ella. Milo sonreía cautivado, contagiado de su felicidad, sintiendo también él mismo el encierro en la casa que tanto lo asfixiaba y la necesidad de respirar fuera de ella.

Ahí, ambos eran libres de un modo que no lo eran cuando volvían a su hogar.

Terminando su bebida, Milo se acercó sigilosamente a ella. Sus rostros se iluminaron al verse, y el resto del mundo simplemente desapareció. Chiara extendió su mano hacia él para invitarlo a bailar, y Milo rió entre ridículos movimientos. Pero no le importaba hacer el ridículo si eso significaba que ella estaría feliz a su lado; podía hacer cualquier cosa por aquel rostro inocente y ojos oscuros.

— Es hora de volver —le advirtió, acercándose a ella. Chiara negó, abrazandolo por el cuello, negada a irse de allí. Pero era peligroso estar allí mucho más tiempo, sobre todo cuando debían volver a la mansión sin ser descubiertos.

— Solo olvídate del resto —canturreó sin dejar de bailar, y él cedió solo un instante más.

— ¿Quieres soportar el monólogo de mi madre? Porque la última vez, ella durmió en tu habitación por casi un mes... —él le recordó, oyendo el quejido de Chiara, que enterró su cara en su cuello. Milo se tensó visiblemente, incapaz de moverse pero sintiendo cada centímetro donde ambos se tocaban.

Ella respiró hondo antes de mirarlo con una sonrisa de resignación. Sus ojos se opacaban de solo pensar en volver al encierro, pero aquella era su vida por lo menos por un tiempo más.

El sonido de los tacones y el brillo de su vestido quedaron atrás una vez cambió su ropa. Solía dejar una muda de ropa oscura y sin vida detrás de los arbustos que lindaba su casa. Milo sonrió al verla desfilar entre pasos inestables, y la risa de Chiara resonó en la noche, haciendo trastabillar su corazón.

Estaban tan acostumbrados a escaparse, que ya tenía el lugar exacto para colarse entre la pared y los árboles. La robusta vegetación era una capa casi impenetrable, excepto para ellos. Entre la oscuridad de la noche y los árboles, caminaron por el patio, rodeando el estanque de agua y se metieron por una de las puertas traseras.

Milo avanzaba entre la oscuridad, con su mano en la de ella, guiandola a través de los pasillos hasta llegar a la planta alta. Fue en ese momento que se oyeron pasos que iban hacia su dirección, y apresurando el paso llegaron hasta la habitación de ella.

Respirando agitadamente, Chiara lo miraba extasiada, con un vigor que sonrojaba sus mejillas. Se miraron hasta que los pasos se extinguieron, entre sonrisas victoriosas.

— La próxima tenemos que intentar permanecer más tiempo, no me gusta volver —dijo ella, siempre deseosa de más, pero Milo suspiró mientras refregaba sus ojos cansados.

— También me gustaría estar más tiempo afuera pero es difícil, quizás si no hicieras tanto escándalo cada vez que llegamos, sería más fácil —respondió entre bromas, y ella golpeó suavemente su brazo.

— Soy feliz estando lejos de este lugar —admitió antes de abrazarlo con fuerza, obligando a Milo a permanecer quieto una vez más, aún no acostumbrado sobre cómo actuar junto a ella—. Gracias por sacarme de aquí y hacerme feliz —le susurró al oído.

La Heredera |Finalizada|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora