Se sentó en la silla del pequeño cuarto a la espera de que Lady Miranda apareciera. Había pagado cincuenta euros para poder verla y ya comenzaba a impacientarse. «¿Por qué siempre tiene que hacerse la misteriosa?» pensó mientras observaba los estantes llenos de cabezas de sapo y calaveras inquietantes. Un estremecimiento recorrió la espina dorsal de David, que seguía esperando a que apareciera la pitonisa.
— ¿Otra vez por aquí, David? —preguntó una mujer pelirroja con un turbante en la cabeza, un vestido violeta que le llegaba hasta los tobillos y una gran cantidad de joyas, todas ellas baratijas adquiridas en algún mercadillo de la ciudad.
—Ya ves que sí —se limitó a decir David, un poco aburrido de que siempre fuera la misma historia.
Lady Miranda se acercó a la pequeña mesa redonda y se sentó con cuidado de no arrugar su preciado vestido. La imagen lo era todo para ella.
—Veamos, ¿cuál es tu consulta esta vez? —preguntó Lady Miranda mientras empezaba a barajar las cartas.
David miró durante un buen rato a Lady Miranda. Su rostro sombrío se acentuaba con la luz de las velas que los rodeaban, y su sonrisa, a ojos del hombre, parecía más maquiavélica que otras veces. Él tragó saliva antes de responder a su pregunta.
— ¿Cuándo moriré y cuál será la causa?
La sonrisa se acentuó hasta el punto de mostrar aún más aquellos dientes sorprendentemente blancos. ¿Desde cuándo las videntes conservaban tan bien su aspecto? Aunque debía reconocer que Lady Miranda no era la típica vidente, ni la típica pitonisa. Lo supo desde el primer día que la vio. Colocó dos montones de cartas sobre la mesa y le indicó con la mano derecha que escogiera uno al azar. No hacían falta palabras, pues David ya sabía cómo proceder. Tocó el montón derecho mientras ella hablaba.
—El futuro está en constante cambio. El destino maneja nuestras vidas a su antojo y, por eso, no esperes ver nada claro en las cartas —Las palabras de la mujer eran claras.
Con solemnidad, colocó la primera carta sobre la mesa. David desvió la mirada hacia la carta. El ahorcado, muy oportuno.
—Es increíble, en todas tus consultas aparece el ahorcado tarde o temprano.
— ¿Y qué significa en esta ocasión? —preguntó intrigado.
—Tus familiares siempre han influido sobre ti, pero esta vez parecen ser más fuertes... Más fuertes que tú...
No le extrañó lo más mínimo.
—Continúa, por favor.
Lady Miranda persistió con ese aura de misterio a su alrededor, con su rostro impasible, pero aterrador y sus manos sobre la baraja. Debía reconocer que era bastante profesional, muchísimo más que otras pitonisas a las que consultó antes de conocerla.
—En concreto —La siguiente carta, colocada en horizontal sobre el ahorcado, fue la torre—, alguien de tu entorno se encargará de confundirte más para que cometas un error. Solo uno, eso le basta.
David quedó sorprendido ante toda esa información. Realmente era buena. Tragó saliva a la espera de más, mientras la mirada de Lady Miranda se clavaba sobre su rostro. Una mirada que siempre le dejaba atontado.
— ¿Sabes cuándo moriré? —preguntó, intentando ocultar su nerviosismo. Estaba un poco más asustado que al llegar a aquel lúgubre lugar.
—Te veo muy impaciente, David. El futuro se hace presente a cada segundo que pasa, mientras que el presente se convierte en pasado a medida que pasa el tiempo. Deberías aprender a esperar, no es la primera vez que te lo digo.
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La pitonisa de los malos augurios
Kısa HikayeDavid es un hombre atormentado que acude a la consulta de Lady Miranda en busca de respuestas. Aunque en la mayoría de los casos él ya sepa la respuesta. Cuando en una de esas consultas le hace la pregunta más difícil de toda su vida, descubrirá alg...