CAPÍTULO 26

920 89 4
                                    

La masa arrastró a Gretel, de pronto indecisa, que ese vio obligada a correr en la misma dirección que los demás. A su alrededor escuchaba los disparos y cada vez había más gente tendida en el suelo, pero ella solo podía pensar en seguir adelante. Había tenido suerte, al formar había podido colocarse en el centro, y todos los cuerpos a su alrededor ocultaban el suyo, lo suficientemente pequeño como para pasar desapercibida.

Para cuando llegaron a la entrada del calabozo el grupo se había reducido considerablemente. Miró a la explanada, había muchos cuerpos inertes sobre el barro. Los soldados les habían seguido, y a escasos metros de donde estaban abrían fuego contra ellos.

Hecha un ovillo y escondida entre la multitud, jamás había tenido tanto miedo. Se preguntó por qué había aceptado, en teoría parecía una buena idea, pero en la práctica era horrorizante. Rompió a llorar, deseando que aquello acabara de una vez y que saliera impune de aquello, pero la realidad le abofeteó de nuevo cuando la sangre del prisionero que estaba delante de ella la salpicó y este cayó muerto al suelo, dejándola a ella expuesta ante las armas de los soldados. Corrió hacia un lado, intentando no ser alcanzada por los disparos, y se unió a un grupo más pequeño que se encontraba todavía formando, y que al no estar oponiendo resistencia no estaba siendo disparado por los SS. Localizó a Alaric, que los vigilaba desafiante, apuntándoles con un arma para mantenerlos a raya y respiró hondo al ver que él también se encontraba bien. Pese a que parte de ella se negaba a aceptarlo, algo en su interior le decía que ella tampoco podría soportarlo si él muriera.

Se escuchó un estruendo metálico y desde donde estaba vio cómo caía la puerta del calabozo. Una figura oscura de cabello de fuego salió de su interior y echó a correr hacia la entrada. Gretel, al ver a Ziegler cerró los ojos con fuerza, ahora que estaba a salvo no quería seguir viendo nada, los abriría cuando todo aquello acabara. Los soldados abandonaron al grupo que había derribado la puerta y corrieron todos tras Wilhelm. Él era el que realmente importaba en aquel momento, si lograba huir y hacía público lo que sucedía en las sombras podía traer verdaderos problemas al régimen. Mientras tanto, los prisioneros volvieron a formar, así sería mucho más dificil encontrar culpables.

En algún momento el silencio y la calma se apoderaron del campo, y Gretel abrió los ojos para descubrir decenas de cadáveres. Comenzó a llorar de nuevo, sentía una rabia intensa y pura, un sentimiento que no creía haber experimentado antes. No comprendía por qué sucedía aquello, ni Wilhelm ni la gente que había dado su vida por él merecían morir, y sin embargo aquellos estúpidos soldados se creían dueños de sus vidas, que para ellos no tenían valor alguno y no dudaban en asesinar ante cualquier actitud que les desagradase.

Tras unos instantes que le parecieron eternos, los gritos de los soldados comenzaron a escucharse de nuevo y no mucho más tarde estos aparecieron en el campo de visión de los prisioneros. No tenían buena cara, habría consecuencias.

--------------------------------------------

Wilhelm estaba tranquilo, lo matarían en unas horas pero no le inquietaba lo más mínimo. Él ya había cumplido en ese mundo y estaba seguro de que su muerte solo lograría que la resistencia con la que había colaborado durante años se fortaleciera, necesitaban un mártir y no le importaba que esa figura fuera él.

Fueron los gritos y los disparos del exterior los que lo alarmaron, había trabajado en Sachsenhausen y sabía que era normal que durante las reuniones se ejecutase a unos cuantos prisioneros, aunque fuera por diversión, pero el revuelo que se estaba formando allí afuera no era normal y eso le preocupaba.

Intentó sin éxito encaramarse a la pared para intentar vislumbrar algo a través de la rejilla, pero le fue imposible, y de pronto, con un sonoro estruendo la puerta de la prisión fue derribada.

-¡Rápido, sal de aquí ántes de que te maten! -un prisionero de aspecto todavía saludable se había asomado, afuera el tiroteo continuaba. Quedó paralizado, no esperaba aquello y no sabía cómo reaccionar- ¿A que esperas? -le apremió otra voz- ¡Puedes ser libre!

Era cierto, si podía seguir ayudando a la gente prefería escapar, muerto no servía de nada a la resistencia. Hizo un gesto de cabeza para agradecer que hubieran arriesgado tanto para concederle aquella oportunidad y salió corriendo, lo haría por ellos.

Los guardias no tardaron en reparar en su presencia, y abandonando por completo a los presos, salieron todos tras él. Él corría como podía, soportando el dolor y el cansancio y escuchando los gritos y los disparos tras él. Las balas casi lo rozaban, pero no lo alcanzarían.
Pronto sería libre, sólo tenía que correr unos metros más.

Zafiros en el barro (Segunda Guerra Mundial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora