CAPÍTULO 22

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Tumbada contra la dura madera de la litera, poco amortiguada por la paja y contra la cual se clavaban los huesos de su cadera, y apretada contra un cuerpo maloliente, echaba de menos la cama de la caseta. No la había apreciado, acostumbrada las lujosas camas de los Hübsch, pero comparada con aquello, parecía un lujo. Incluso el horrible catre de Alaric era preferible. Pensó en él, los eventos de aquella tarde habían mantenido su mente ocupada, pero ahora no podía evitar recordarlo. ¿Realmente era humano? Se preguntó en qué estaría pensando en aquel momento, en que soñaría en caso de estar dormido. Si lo que Pierre había dicho era realmente cierto, entonces albergaba sentimientos positivos y no era más que un buen actor. Deseó que así fuera y que de esa manera al menos hubiera alguien que no estuviera afectado por aquella terrible epidemia.

 El sol todavía no había salido cuando despertaron a todos con un violento grito en alemán. Somnolienta, Gretel se preguntó qué hora sería y cuánto tiempo habría dormido, no parecía mucho . Los obligaron a formar en silencio en el centro del campo, tanto a los hombres como a las pocas mujeres que había. Un soldado transmitió un mensaje de odio que ella no escuchó, estaba demasiado cansada como para ello. Por el rabillo del ojo, le pareció ver cómo varios soldados pegaban palizas a los débiles prisioneros pero prefirió no mirar directamente, era demasiado horrorizante.

Cuando aquello hubo acabado, los prisioneros comenzaron a formar grupos que se dirigieron a sus respectivos lugares de trabajo. Ya se estaba preguntando qué tendría que hacer cuando oyó una voz tras de si.

 -Tú, pequeño pedazo de escoria, vienes conmigo, perteneces a mí pelotón -era Alaric que se disculpó con la mirada por haberla llamado así. Era un buenísimo actor, a veces le llegaba convencer de que realmente era un monstruo como cualquier otro.

 Siguió al grupo de gente, observándolos durante todo el camino. La edad de todos estaría comprendida entre los 15 y los 40, y aunque todos alguna vez habían estado fuertes, muchos de ellos se encontraban ya en un estado deplorable, delgados y demacrados.

Deseó que el sargento cumplirá su promesa, temía consumirse como ellos. Eran como velas, el fuego quema la cera hasta que no queda nada que lo mantenga y la llama se apaga.

 Serían unos 8 en el grupo, de los cuales 3 eran mujeres. Se detuvieron en una explanada justo a la entrada del campo, en ella había enormes montones de objetos de diversa índole. Alaric se acerco a Gretel y agarrándola de las muñecas como si la estuviera inmovilizando, le susurró al oído.

 -Se trata de separar lo utilizable de lo que no sirve, de ordenar los objetos válidos por categorías y tallas, registrarlos y empaquetarlos. Lo más duro es transportar las cajas al almacén al final del día, no es un trabajo penos,o he visto cosas peores. Si crees que vas a necesitar algo, róbalo pero que nadie se entere o morirás.

 Ella asintió y él la soltó. Comenzó con su labor, había de todo: ropa, calzado, cuadernos, gafas, relojes, carteras e incluso bolsos y maletas. Eran las pertenencias de todos los que allí habían ido a parar, tanto vivos como muertos. Le producía aprensión tocarlas, no porque hubieran pasado por otras manos antes que por las suya,s sino porque sabía que había sido de sus dueños y se sentía como una ladrona, como si participase en un robo masivo. A su lado una mujer joven de aspecto saludable y una larguísima de gruesa trenza negra se había abierto un corte en el dedo e intentaba ignorarlo con expresión de dolor y manchando con su sangre todo lo que tocaba.

 -¿Estás bien? -preguntó Gretel sin levantar la vista de su trabajo.

 -Sí -murmuró ella, continuando también con su actividad- llevo aquí una semana, me he hecho varias heridas pero no he de parar. El primer día lo hice y me pegaron. Me fijé en ti ayer y en ese guardia... ¿Por qué tiene tanta fijación en ti, te está haciendo algo?

 -Abusa de mí -mintió ella, sentía que tenía que proteger a Alaric y esa era la única manera- me insulta, no ha dejado de acosarme desde el tren.

 -Eso es terrible... ¿Cómo te llamas? pareces muy joven -la muchacha tenía acento extranjero, "probablemente polaco", se dijo.

 -Soy Gretel Bauhoffer, tengo 18 años, cumpliré 19 en enero.

 -Yo soy Maciej Warszawski, tengo 21 años, estoy aquí por ser gitana -señaló el triángulo marrón que tenía en el pecho, los había visto rosas, rojos, negros, morados, marrones y verdes y, por supuesto, la estrella, pero justo en ese momento comprendía para que servían- ¿tú qué has hecho que te haga delincuente? -entonces su triángulo verde significaba aquello...

 -Esconder judíos en mi casa -respondió secamente, por aquello era una delincuente común.

-Eres muy valiente -respondió Maciej con admiración, y ambas continuaron en silencio.

Zafiros en el barro (Segunda Guerra Mundial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora