CAPÍTULO 33

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Bajó a la recepción en busca de alguna revista, había dormido durante todo el día y no tenía sueño. Ernst, que leía despreocupadamente el Signal tras el mostrador la saludó con un gesto al reparar en su presencia y volvió a sumergirse en su lectura. Gretel lo miró con recelo, aquel hombre, por mucho que se pareciera a Ziegler no le terminaba de agradar. Si realmente se consideraba contrario al régimen como Alaric aseguraba, no debería estar leyendo una publicación que el régimen utilizaba como propaganda.

Él levantó la mirada y al encontrarla mirándolo arqueó las cejas sorprendido, lo que hizo que aterrorizada hundiera sus manos en el arcón que servía como revistero para intentar dar con algo que mereciera la pena leer. Hacía años que no tenía el placer de leer nada, pero ya desde antes de la guerra consideraba que la cultura de aquel país estaba totalmente podrida.

Tomó un número de la revista Modenschau, en aquel momento la moda era lo que menos le preocupaba pero necesitaba algo con lo que entretenerse y aquella era la única publicación en aquel baúl que no tenía nada que ver con la política.

La abrió y reparó en cómo había cambiado la moda desde el invierno pasado, parecía que no estuvieran en guerra. Miraba con curiosidad los trajes de mujer de la temporada cuando escuchó una sonora carcajada a su lado. Molesta, dirigió su mirada hacia Ernst, que se secaba con la manga de su jersey unas lágrimas de risa. Él al verla mirarlo mal de nuevo, dejó su lectura sobre el mostrador y se acercó a ella.

-¿Te encuentras bien?

-Tengo demasiadas cosas en la cabeza... -murmuró Gretel.

El rostro de Ernst se iluminó.

-Sé perfectamente lo que necesitas, ven conmigo, verás.

Arrojó la revista de vuelta al revistero y la tomó de la mano, ella, reacia a moverse, intentó quedarse en su sitio pero pesaba tan poco que no fue muy difícil moverla. La arrastró fuera de la posada y la introdujo en una furgoneta roja, y poco después se introdujeron en el bosque. Era noche cerrada y la niebla lo cubría todo.

-¿A dónde me llevas? -volvía a tener miedo, no sabía qué pretendía aquel desconocido adentrándose en el bosque con ella y estaba claro que no podía huir.

Él sonrió de la misma manera en la que Wilhelm solía hacerlo pero las dudas no se marcharon de la cabeza de Gretel, él era Ernst y desde el primer momento le había parecido una persona de intenciones cuestionables.

-Gretel... -La manera en la que pronunció su nombre le recordó al sargento mayor, todo en él lo hacía- Sé que es difícil, pero confía en mí.

Llegaron a un claro y bajaron del vehículo.

-Coge toda la madera que encuentres, necesitamos encender un fuego.

No comprendía qué quería aquel hombre, pero lo hizo igualmente, no podía ir a ninguna parte y no tenía nada mejor que hacer.

Una vez que habían apilado un buen montón de ramas él sacó un mechero de su bolsillo y prendió una llama.

-¿Qué pretendes hacer? -se atrevió a preguntar Gretel.

Él levantó un ejemplar de Mein Kampf que parecía haber aparecido de la nada.

-Vamos a quemarlo -En su rostro iluminado por el fuego se dibujó una sonrisa maquiavélica que contagió a Gretel- Yo empiezo.

Abrió el libro y rasgó la primera página.

-¡Por Wilhelm! -Exclamó sin miedo mientras la arrojaba al fuego- Su turno, milady, el poder está en sus manos -le tendió el libro a Gretel.

-¡Por Richard! -Gritó ella con lágrimas en los ojos, y arrojó varias páginas.

-¡Por Pierre! -la siguió él, tirando cada vez más papel al fuego, y le volvió a ofrecer el libro- Arranca las que quieras, grita lo que necesites, desahógate.

-¡Por Madre! ¡Por Padre! ¡Por Maciej! ¡Por Henrik! ¡Por Rick! ¡Por Viktor y Magda! -Exclamó con todas sus fuerzas, arrancando una página tras otra hasta que el libro se quedó sin ellas.

Ernst tomó la portada y la dividió en dos, acto seguido le tendió la mitad con la foto de Hitler a Gretel, él tiró la suya al suelo y de una patada la lanzó a la hoguera. Ella, emocionada, lo imitó.

En silencio, se miraron y ella asintió satisfecha. Él apagó el fuego y juntos se introdujeron de nuevo en la furgoneta.

Permanecieron gran parte del trayecto en silencio. Ella, todavía llorosa lo miraba de vez en cuando y admitía que se había equivocado con su primera impresión de él, lo que Ernst le había invitado a hacer le había resultado liberador y extremadamente divertido, rara vez había sentido algo tan fuerte y había disfrutado tanto.

-Gracias... Por eso. Ha sido increíble -murmuró.

-Sabía que te iría bien, yo lo hago cada vez que me siento mal... ¡Siempre funciona! Me tomarás por loco, pero ya he quemado cinco Mein Kampfs.

Ella no pudo evitar reír con el comentario de Ernst, lo contaba todo con una despreocupación y un desparpajo casi cómicos.

-¿Es eso cierto?

-Lo es... ¿Qué mejor uso del libro del Führer que hacer un poco fuego con él? En fin... ¿Te ha contado Alaric cómo saldrás del país?

Ella negó con la cabeza.

-¿Tú lo sabes?

-Sí, pero no te lo diré... ¿No sabes que en los libros y películas cuando cuentan el plan antes de que suceda la acción, las cosas salen mal?

Ella volvió a negar, divertida, y el vehículo se detuvo frente a la posada.

-Ahora acuéstate y trata de dormir -dijo Ernst, sosteniéndole la puerta- verás como te cuesta menos.

Ella asintió, agradecida, y se dirigió a su habitación. Trataría de dormir, pero su cerebro daba vueltas y vueltas tratando de imaginar cuál era el plan de Alaric, se moría de ganas por abandonar aquella Alemania herida de una vez por todas.

Zafiros en el barro (Segunda Guerra Mundial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora