VIII: Renovación

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1

—¿Estás mal de la cabeza? —En ningún momento me senté y hay cierta distancia entre nosotros —. ¿No te preocupas por ti? 

Él solo me mira, manteniendo una pequeña sonrisa. Esto no es algo que yo deba estar viviendo, él es una buena persona...y yo...soy como veneno. 

—No llores.

Ah... Estos días no he tenido ningún problema, pero es que todo ha sido tan irrelevante fuera del asunto de mamá... y esto no era algo que yo esperaba.

Amar...amar...amar.... no es para mí.

Y aun así, él me abraza solo porque estoy llorando. 

¿Qué debería hacer, Oshiro?

Esto no es... ¿romper nuestra promesa?

2

Al final he vuelto a casa, a pesar de que mamá sigue ahí. No se irá hasta mañana por la mañana, pero Yamada me ha traído y yo no tengo derecho a pedir más. 

Me siento algo vacía, observando la computadora y el puntero tintineando a la espera de que escriba algo. Siento los ojos hinchados, la falta de hidratación y el cansancio. Son las diez de la noche y solo veo la hoja en blanco, con la luz baja y las cortinas cerradas....mi mente está divagando en aguas extrañas, desamparada observando un horizonte nublado carente de sol y de estrellas. 

Al final, luego de una media hora en lo mismo, me levanto. Con la cabeza igual de perdida y el cuerpo suplicando agua. 

Quizás sí necesite ayuda...

O solo dejar de seguir la corriente...levantarme y hacerle frente...

Tú harías eso...Oshiro. 

3

Fue hace mucho tiempo, dieciocho años atrás. La vida era más pura, más inocente, los pétalos de cerezo caían danzando impulsados por el viento en esos mediados de primavera, lejana primavera, la última que se vio igual.

Un ligero tono gris brillante, por el sol que luchaba por hacerse notar, adoraba el cielo esa tarde de primavera, la última vez que el rosa fue rosa, antes de que todo se volviera frío y opaco. 

Tenía doce años, casi trece. Mi cabello era largo, mucho más largo que ahora, y siempre adornado con una cinta roja...que ese día voló y nunca más volvió. 

Él tenía unos ojos tan verdes como las esmeraldas y desde siempre habían brillado más que el oro y la plata; siempre mostraba una inocente sonrisa sin dos dientes, que habían caído en invierno y aun no crecían de nuevo. Llevaba un paraguas azul, de un azul como el cielo que ese día era gris. 

Era tan joven, tan ignorante de mí, pero nunca fui advertida. Y  nunca vi lo que ante mis ojos siempre estaba, la distancia y poco contacto, las miradas tristes y los abrazos vacíos que nos tocaban. 

Eran tiempos más luminosos, pero entre esa luz siempre hubieron sombras, pero ignoradas por los destellos que cegaban. Por esos reflejos de la luz que las ocultaban.

Él también tenía cabello rubio, pero era un rubio opaco con destellos dorados que brillaban bajo el sol y centellaban bajo la luna. Era un niño muy alegre, era un niño demasiado bueno e inocente. Era un niño tan amable y soñaba con ser un héroe. 

Pero fue un sueño que nunca se cumplió.

En esa tarde de esa lejana primavera, cuando las primeras gotas caídas del cielo que, conocedor de lo que vendría, comenzó a llorar desde antes por lo que sucedería. Él dijo dos inocentes palabras que, tan inocentes como eran, no tenía idea de lo que desencadenaría. 

The Poetry of your Heart || Present MicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora