Hace mucho tiempo, hubo una ballena que habitaba el océano, pero era diferente a todas las demás, pues su canto, no era como las otras, debido a eso, fue abandonada por su manada y debería vivir errante por el resto de sus días.
Pero en el camino, hizo buenos amigos, como al intrépido Cangrejo y al astuto Pulpo, con quiénes hizo una travesía por todos los mares. Pero con los años, la ballena sentía una soledad que la amistad no podía curar, porque no había una compañera para él.
Una tarde, cuando descansaban cerca de la costa los tres amigos, la ballena subió a la superficie, y al mirar hacia el cielo, una gaviota cruzó volando, y se pasó entre las altas rocas. La ballena quedó maravillado y le pareció la criatura más extraordinaria que pudiese existir. Así, todas las tardes, la ballena subía a ver a la gaviota, sobrevolar el cielo. Sus amigos, que lo habían observado, en las últimas semanas, lo alentaron para que expresara sus sentimientos por la avecilla.
Despues de varias tardes, la ballena se acercó a la gaviota, y le confesó lo que sentía por ella. Y aunque la tímida y solitaria ballena, pensó que sería rechazada, ella aceptó sus sentimientos, y así cada tarde se veían.
Sus amigos, que querían que él fuera realmente feliz, idearon un plan, para que de esa forma, su amigo la ballena, pudiera estar siempre junto a su amor.
Una tarde, poco antes del atardecer, sus amigos lo llamaron, le tenían una sorpresa.
– Mi buen amigo –dijo el Cangrejo –se que amas profundamente a la gaviota...
– Y que serías más feliz, si pudieses estar a su lado –dijo el Pulpo.
– Es por eso, que tenemos regalo especial para tí –finalizó el Cangrejo.
Ambos le dieron el gran regalo que le tenían. Se trataba de miles de escamas de pez volador, unidas entre sí, por un fino hilo de alga. El Cangrejo y el Pulpo, procedieron a ponerlas en sus aletas y cola.
Para cuando llegó el atardecer, la ballena emergió de las aguas, y voló hacia su amor, y juntos volaron más allá de las nubes, y las estrellas, y fueron felices hasta el final de sus días.
