Celar y Ana

Capítulo II

 

Ya amaneciendo, se levantó de su lecho, desperezándose del sueño, caminó hasta la entrada de su cueva viendo como los luceros aún brillaban en el cielo; se dirigió al riachuelo de donde obtuvo agua fresca, comió algunas bayas y siguió su andar por el bosque.

- Eh Celar, por qué tan madrugador? - le preguntó un lobo, saliendo de los arbustos.

- Me gusta - contestó él con una sonrisa.

- Ajá claro – replicó el animal – te gusta.

- Bueno a ti te gusta aullarle a la luna, como si te fuera a contestar – contestó Celar con sarcasmo.

- Es válido tu argumento, pero por qué tanto empeño en ir a la aldea humana todos los días? - le volvió a preguntar – en algún momento te pueden atrapar y ya sabes cómo reaccionan al ver criaturas distintas a ellos o a los animales.

- Primero: si no puedo tener contacto con ellos, al menos quiero saber cómo viven, qué hacen a diario, segundo: puedo cambiar de forma, si corro el riesgo de que me vean simplemente me transformo en un cuervo, un gato o un perro y listo – dijo mientras colocaba sus manos en la nuca.

-Mhhh, sigo sin confiar del todo – opinó el lobo mientras desaparecía.

Celar se despreocupaba por los comentarios de su amigo, de todas formas ya había visitado en varias ocasiones la aldea sin tener inconvenientes desastrosos. Llevaba espiando esa pequeña villa casi el mismo tiempo que tenía viviendo en el bosque y conocía a casi todos los habitantes de ella y sus horarios, el canto del gallo le anunciaba que tenía poco tiempo antes de que el lechero comenzara su rutina; a veces se quedaba más tiempo viendo el ajetreo de los panaderos en la cocina, en la forma de un ave, otras jugaba persiguiendo a las ovejas, como un perro o espiaba a la bibliotecaria ordenar los libros desde la ventana con los ojos de un gato.

Todo esto antes de que salieran los primeros rayos del sol, de ahí en adelante su oficio era el de trepar árboles, cazar peces para el almuerzo o descansar a la sombra de los árboles.