Capítulo VII

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Pasaron varios meses, hasta que llegaron los inviernos, Celar se había preparado para pasar esa gran helada reuniendo frutos secos y leña, durante las madrugadas fue a la aldea para buscar cestos y frazadas rotas que él reparaba para almacenar la comida, y cubrirlo a él y a Ana. La pequeña tenía más de cuatro meses, caminó por primera vez antes de que cayeran las hojas de los árboles y ahora era una chiquilla inquieta que siempre veía la oportunidad de salir de la cueva, por lo que Celar debía vigilarla mucho más que antes. Durante el invierno, lo acompañaba a buscar madera, siempre bien abrigada, en el camino se detenía al ver algún conejo, ave o zorro, y Celar se quedaba estático viendo a la niña jugando a encontrarlos en los montones de nieve.

De vez en cuando, Tom los visitaba, llevando consigo alguna presa que había cazado en el camino, Ana se enojaba con él por atrapar a pequeños conejos y aves de suelo, pero luego reía al estar montada sobre el lomo del lobo, como si de un caballo se tratara.

- Mira que ha crecido muy rápido – comentó Tom.

- Si, y ya no se está quieta, es como tratar de calmar a una codorniz – dijo Celar riéndose.

- Jajaja, y hablando de codornices inquietas, en dónde está la tuya? - preguntó el lobo.

Celar se dio cuenta de que en los pocos segundos que llevaban hablando, Ana había salido de la cueva, Celar salió tan de prisa como pudo y Tom se ofreció para ayudarlo, se apresuraron más al notar que ya el sol se estaba ocultando. Gritaban el nombre de la pequeña, buscaban entre los montones de nieve, en los troncos viejos, entre las rocas, pero no la encontraban. Justo cuando Celar estaba a punto de sufrir un ataque de nervios, algo desde lo alto de un árbol llamó la atención de ambos y al mirar hacia arriba vieron a la bebita sentada en una de las ramas.

- Celar, estás seguro que la leche de la cierva era fresca? - preguntó Tom mientras miraba sorprendido a Ana.

- S-seguro – respondió Celar aún atónito.

Al regresar a la cueva ya las estrellas estaban encendidas en el cielo y el frío se había duplicado, Ana se había dormido en el camino de regreso y Celar la había cubierto con una de las mantas. Tom los acompañó hasta la entrada de la gruta y luego regresó al bosque prometiendo que a la mañana siguiente volvería con algunas presas; en la cueva solo se escuchaba el crepitar del fuego y el viento de afuera, pero Celar sólo se podía concentrar en el extraño evento que acababa de pasar.

Celar y AnaWhere stories live. Discover now