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Hoy, como había ocurrido otras veces, a mi madre se le había olvidado recogerme del instituto.
Seguramente Logan estuvo entreteniéndola hasta tal punto de olvidar que tiene otra hija.

Me senté en la acera, en un principio, aguardando con la esperanza de que mis conclusiones fuesen incorrectas.
Pero no fue así, anduve hasta la parada de autobuses y uno de ellos fue tan amable de dejarme en la rotonda más cercana, con lo que, gracias a Dios, solo debía andar veinte minutos.

Veinte largos minutos en los que cada paso era desanimarme más, era demasiado pronto como para que esto ya me matase, teniendo en cuenta de que no eran ni las seis de la tarde.

Observé el gran árbol que quedaba enfrente de mi ventana, era uno frondroso, con ramas fuertes y hojas perennes.
Una parte de mi cabeza imaginó a Derek trepando por el tronco para llegar hasta mi ventana, concentrado en no caerse y haciendo fuerza con los brazos.
Entré en casa.

Mamá se asomó por la puerta de la cocina, secando un plato con un trapo y alzó ambas cejas al verme.

—Me olvidé completamente de...

—...Mí, sí, ya me he dado cuenta
—Interrumpí con un tosco sarcasmo.

Un sarcasmo que escudaba mi –en parte– dolor.
Ignoré ese sentimiento de peso en el pecho y suspiré para liberar tensiones, no debía alterarme.

—No —Negó seca—, tuve que ir a comprar y solo me dio tiempo de recoger a Logan antes de que cerrara la tienda

Señalé sus manos.
—Pero sí te da tiempo a lavar los platos.

Frunció los labios y cabizbaja volvió a la cocina, sin reconocer que había perdido la discusión.
Como siempre, quiero pensar que quería ahorrar gasolina.

Subí las escaleras sin pararme a saludar a Logan, seguramente estaba en el salón haciendo los deberes para intentar que la profesora le subiera la nota.

Cerré la puerta de mi cuarto aun con la mochila sobre los hombros y la solté con cansancio.

¿Por qué no podía volver papá y ver cómo se estaba rompiendo esta familia sin él? Una familia no podía vivir a base de estudios, sobresalientes y trabajo.
Eso no era una familia.
Un padre, una madre o un hermano lo son porque dan amor, apoyo, porque están ahí en las buenas y en las malas.
Eso era lo que faltaba: amor.
Y mi madre no lo llegaba a comprender, pensaba que la unión estaba en sacar buenas notas, en ser perfecto, y no podía estar más equivocada.
Qué bien si quería buscar la perfección, podía estar toda la eternidad sin encontrarla.
Y bien por ella si prefería eso antes que abrazar a sus hijos.

Me gustaría que abriera los ojos, que entrara por la puerta de mi habitación y se disculpara.
Pero no debía perder el tiempo pensando en cosas imposibles.

Intenté calmarme estudiando; justo había dado un tema algo complicado y no había atendido cuando lo explicó el profesor.
¿Por qué? Fácil, mi cabeza prefería mirar por la ventana y pensar en el chico pelinegro de mirada bicolor.

Suspiré lentamente y me senté en el suelo con el libro de matemáticas de la mano y folios y bolígrafos esparcidos en el suelo, uno de mis defectos en los estudios era que a no ser que me explicaran las cosas era casi imposible sacármelas por mí misma, podría preguntar al profesor al día siguiente, sin embargo no me arriesgaría a que sospechase que no estaba atenta y me bajara la nota.

Definitivamente, me consideraba una lerda en eso de ser autodidacta.

Tras unos minutos leyendo y releyendo las explicaciones mal hechas del libro –Y sí, me resultaba más fácil culpar al libro–, Derek entró por la ventana, siendo las siete de la tarde.

Vi por el rabillo del ojo que se paraba a mi lado y observaba con detenimiento todo el suelo con algunos folios llenos de operaciones fallidas y tachones.
Solo había pasado unos simples minutos y ya estaba desesperada.

—Ese tema se me daba de maravilla.
Comentó con interés, no me lo podía haber imaginado.

¿Derek sabiendo matemáticas? No lo consideraba tonto ni nada, pero no eran cálculos muy básicos que se dijera.

Era increíble cómo podía cambiar de humor teniendo en cuenta que ayer se había casi enfadado por cotillear su documentación.
Si yo fuera una delincuente metida en una casa ajena por capricho mío, comprendería que quisieran investigarme, la verdad.

—¿Te acuerdas? —Pregunté tragándome mi orgullo

Asintió con desgana.

—Pues yo no sé hacerlo.

Se encogió de hombros y gruñí a mis adentros, solo había dos posibilidades: o no captaba las indirectas o pasaba de mí.

—Estúdiatelo.

—¿Cómo voy a estudiarlo si no lo entiendo?

Volvió a encogerse de hombros y quiso sentarse en la cama pero, una parte de mí, aquella que quería aprobar matemáticas con un sobresaliente, agarró su pantalón para que no se fuera.

—Por favor, ayúdame.

En su rostro se asomó una sonrisa lobuna, fruto de la victoria y satisfacción.

—Vale.

Se sentó a mi lado y acomodó el libro entre nosotros dos, con su rodilla rozando la mía, señalando los cálculos y dejando ver su perfil bien cincelado.
Cuando tragaba saliva, la nuez de su garganta se movía y por desgracia, mis ojos no podían evitar perderse por su cuello plagado de pequeños lunares.

Eso sí, aunque había una buena distracción presente, pude entender al fin el temario, Derek era un buen profesor para aquellas personas que tenían un nivel de concentración bajo.

Pero, gracias a él, ya podía ir mañana al instituto sin miedo de que me sacaran a la pizarra o me pusieran una prueba sorpresa.

—¡Muchas gracias! Al fin lo entiendo—Vociferé abrazándolo.

Y, joder, no sabía si era su colonia u olor corporal, pero podía volver loca a cualquier mujer con sentido del olfato.

—Me has abrazado —Dijo al levantarnos, con una ceja alzada y escéptico, asentí lentamente con la cabeza—. No me agrada que me abracen.

—Ni a mí que me oculten información sobre identidades.
Me puse a la defensiva, nuestra "amistad" era un continuo tira o afloja, nunca podía saber por dónde me iba a venir Derek y cuál sería la próxima razón de su enfado.

—Qué guerrera —Respondió con sarcasmo—. Aunque sigues siendo una niña, lástima que me gusten más las mujeres mayorcitas.

Arrugué la frente, ¿una niña? Sí, la que le traía el desayuno y le daba techo.

Pero era Derek, un delincuente que ni siquiera conocía lo suficiente.

—No soy una niña —Contesté—. Además, me da igual cómo te gusten las chicas.

—Pues cuando te pillé mirando mi documentación parecías bastante atenta a mi boca.

Y no respondí, entonces sonrió con sorna.

—Llevo la razón —Se acercó a mi espalda y apartó una parte de mi cabello, teniendo mi hombro y un poco del cuello a la vista— Te gustaría besarme —Susurró. Su voz chocaba contra mi oreja, la calidez me estremecía, aunque tampoco quería engañarme a mí misma; también me afectaban sus palabras—. Pero no me conoces, Samantha. No sabes lo que he hecho —Me agarró las manos y jugó con mis dedos— ni lo que soy capaz de hacer.

—¿Qué eres capaz de hacer?

Sonrió en mi cuello.
—Muchas cosas —soltó mis manos y volvió a una distancia normal—. Pero no las haré.

Llámame Derek [ANULADA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora