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—Y cuénteme ¿de dónde es usted? —Julianne se encorvó hacia el frente prestando atención a su invitada, a quien le dejó uno de sus vestidos favoritos para que pudiese cambiarse debido a que el suyo se había empapado por culpa de la tormenta.

—Soy de Gales, pero me encuentro aquí no sé si por culpa o gracias a mi trabajo.

—¿De qué trabaja?

—Oh no—Eria rió bajito tapándose la boca con la mano—, no estoy aquí por trabajo. Investigo las criaturas que habitan en aguas turbulentas, tuvimos que parar en Elgin al ver cómo se estaba poniendo el cielo, es lo que nos pilló más cerca.

Julianne forzó una sonrisa que terminó volviéndose tensa, miró a su alrededor en busca de algún sirviente. Volvió a clavar las pupilas sobre su invitada.

—¿Más té?

—No, gracias—sus ojos vagaron por el suelo, ascendieron por la pata de la mesa que había ante ellas, y terminaron instalándose en el rostro de Julianne. De rasgos finos y afilados. —Pero ya hemos hablado demasiado de mí ¿no crees? Es hora de que me cuente un poco de usted...parece llevarse bien con su mentor.

—Oh, De Thurso—Julianne apretó con suavidad a modo de pinza su ceño, resopló y echó la cabeza hacia atrás en el sofá—, ese hombre es peor que un abejorro. De veras.

—¿Peor? No sé con certeza cómo debe ser la picadura de uno, pero ese tal De Thurso parece todo menos doloroso. Es más como un Gancanagh.

—¿Por lo de prepotente?

—Ah ah—Julianne arqueó y volvió a bajar las cejas.

—Pues ya no sé lo que le ve.

Eria ladeó la cabeza como si estuviese preguntándose algo, al instante la incomodidad se expandió por el cuerpo de Julianne hasta que tuvo que apartar la mirada y se puso en pie de un salto.

—Bueno, señorita FonMhuir, espero que esté pasando una agradable estancia aquí. Recuerde que se cena a las siete.

Con un asentimiento de cabeza se despidió.

En mitad del pasillo se topó con su mentor, sin dudar ni un segundo lo agarró de la manga y tiró de él atrayéndolo hacia sí.

—¿Alguna noticia?

—Lloverá por más de un día, al menos todos dicen eso.

Julianne ni siquiera se asombró.

—Lo creo ¿algo más?

Eric negó con la cabeza, ambos continuaron con sus respectivos caminos hasta que él dijo algo que los frenó en seco.

Ni siquiera la miró por encima del hombro.

—No sé lo que le ha hecho a sus sirvientes, pero hablan mal de usted a todas horas. Ah, y ¿el libro de tapa azul? Lo he cogido prestado.

—P-pero...

Estuvo a punto de reponer cuando se dio cuenta al girarse, de que él ya no estaba. Maldito hombre con piernas quilométricas, si tan sólo conociese la sensación de llevar un vestido no avanzaría a ese ritmo. Es más, hasta podría asumir que con esas piernas tan largas él se tropezaría.

Rió al imaginárselo.

Su mirada se desvió a la pared, donde descansaba un gran reloj. Ni siquiera eran más de las cinco, pero con ese temporal lo parecía.

Fue a su alcoba y se dejó caer en la cama, donde se perdió en las estrellas dibujadas por el techo. Así se pasó media hora, pensando, suspirando y finalmente dejando su mente en blanco hasta que se le ocurrió una locura. Iba a proponerle hacer una idiotez a su invitada, pero para su sorpresa no tenía miedo de las consecuencias. Al contrario, estaba excitada nada más pensarlo.

De mitos y leyendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora