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—¿Por qué carga con eso, De Thurso? Tenemos criados para que hagan algo, no les pagamos para que se rasquen su panzas crecientes.

Julianne se miró las uñas con aburrimiento, Eric la observó por unos segundos con las cejas enarcadas, después rodó los ojos y se situó detrás de ella. Con la punta de los dedos le tocó el hombro con suavidad.

—Vamos a entrenar, Kallaghan, le guste o no.

—Entrenar—repitió ella, incrédula.

Ni siquiera se giró para poder verlo.

—Exacto, señorita. Entrenar, porque sé que debe ir con sus padres y lamento decirlo, pero no me fío nada de lo que están planeando.

Con la mano ella le quitó importancia a la situación.

—Es una estupidez, se creen mucho sin ser nadie. Mi padre por ser reconocido en su propia ciudad como un gran arquitecto ya se siente como el mejor.

—Quizá sí que se le hayan subido los humos a la cabeza...

Julianne se puso en pie, se volvió sobre la punta de sus tacones y forzó una sonrisa animada a pesar de estar devastada desde la ida de Eria. Tragó saliva con fuerza.

—¿Sabe qué, De Thurso? Sí, acepto. Entrenemos.

Se adelantó unos pasos, Eric fue detrás de ella hasta que logró alcanzarla y situarse a su lado, recorrieron los pasillos de la mansión hasta que por la puerta trasera llegaron al enorme jardín. Allí había un pequeño arsenal apañado de armas que Julianne podría encontrar en cualquier lugar, para que el entrenamiento fuese lo más realista posible.

Sin pensárselo, nada más ver el pequeño saco rojo de terciopelo que descansaba sobre una mesa de piedra, corrió hasta alcanzarlo y lo agarró entre sus manos con delicadeza, como si en cualquier momento pudiera romperse.

—¿Qué hay dentro?

—Sus joyas, en teoría. —una sonrisa ladeada jugueteó en los labios de Eric.

—En teoría—repitió ella, sintiéndose cómplice.

—Ábralo y así lo comprobamos.

Así que eso hizo, sacó una pequeña daga con una inscripción en el filo y una luna en la empuñadura. Por unos segundos resplandeció con los primeros rayos de sol, Julianne la bajó unos centímetros y leyó lo que ponía.

Non morietur...—miró a Eric—, ¿qué significa?

—No moriremos. Dele el significado que desee, ¿le gusta?

—¿Qué si me gusta? Es preciosa. Tiene un gusto sublime.

—Supongo que me siento alagado, Kallaghan.

—Julianne—lo corrigió ella—, llámame Julianne. Y tutéame mejor.

Eric asintió.

—Pues llámame Eric, aunque probablemente después de esto tendrás que llamarme: el que te dio una paliza.

—Ni en sueños.

Le entregó lo que tenía entre sus brazos. Piezas de armadura que podría instalarse bajo el vestido. Julianne asintió a modo de agradecimiento y las inspeccionó.

Aparte de esas piezas para codos, rodillas, pecho y estómago, había una pequeña banda para poder llevar un puñal en el muslo.

—Me gusta el plan, Eric. ¿Y las espadas? —las buscó con la mirada por el césped sin dar con ellas.

De mitos y leyendasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora