Últimamente nada...

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Kim Jongin tiene el sueño pesado.

Da igual si es semana o fin de semana, jamás se levanta antes del mediodía. Las mañanas que he pasado con él me dejaron muy en claro lo profundo que duerme y el arduo trabajo que implica despertarlo. La tercera guerra mundial podría explotar y usar de escenario su habitación, y él simplemente giraría sobre su costado para continuar durmiendo.

Es por esta característica suya que, en cuanto recibo su llamada temprano por la mañana, sé que algo está mal. Y al verlo entrar al restaurante en el que me ha citado, caminando detrás de una mujer de aspecto distinguido y una mirada que anuncia grandes calamidades, estoy seguro de que mal es una completa subestimación de lo que se me viene encima.

Soltando una maldición por lo bajo, me pongo de pie mientras ellos se acercan a mi mesa. La mujer se detiene, erguida y airosa, y me escanea de arriba abajo con expresión tan agria y los ojos tan entrecerrados que parece una anciana enebrando una aguja.

―Hyung, ella es mi madre ―presenta Jongin nerviosamente, cortando el interminable, incómodo silencio, haciendo un gesto vago con la mano, sin apartar los ojos del suelo.

Poniéndome mi mejor sonrisa educada me inclino con respeto, pero el obvio deseo de arrancarme los ojos fuera las cuencas con sus propias uñas no se suaviza de su rostro ni un poco.

―Gusto en conocerla, señora.

Por supuesto, ella no devuelve el saludo y se sienta a la mesa con un resoplido. Jongin toma la silla a su lado, y la cara de perro apaleado que se carga está para ponerla en un anuncio de alguna ONG. Me siento también, aguardando en silencio a que un esbelto dedo acusador se alce en mi dirección para dar inicio a la lluvia de reclamos que me espera.

Una desafortunada empleada se acerca con un par de cartas, pero es despachada por un ademán brusco de la mano de la mujer frente a mí. Cuando el silencio vuelve a extenderse, Jongin decide probar su suerte y me dice:

―Hyung, ya le dije a mi mamá que solo somos buenos amigos, pero ella se ha hecho algunas ideas raras, así que quiso venir a hablar contigo...

―Kim Jongin, cállate si no quieres una zurra en público ―amenaza ella, su voz es sosegada, pero está llena de ira contenida.

Jongin se achica en su lugar y obedece.

―Él dice la verdad ―respaldo su mentira―. Nosotros somos amigos. Vamos al mismo gimnasio, así que nos hemos vuelto cercanos. Eso es todo.

La madre de Jongin suelta una carcajada hueca de ninguna gracia.

―¿Qué clase de amigo regala brazaletes, relojes, anillos y cadenas de oro y plata tan seguido? ¿Qué clase de amigo transfiere tanto dinero a la cuenta bancaria del otro cada mes? ¿Cuánto más planean tomarme el pelo? ¡¿De qué amistad están hablando ustedes dos?!

El volumen de su voz consigue la atención de la gente a nuestro alrededor, y ella presiona los labios, recobrando su compostura.

―Jongin, ¿tienes siquiera una idea de cuánto dinero has gastado en este... ―su ojos me escrutan y aprieta la mandíbula, conteniéndose―... parásito? ¡Y ni siquiera es tu dinero! ¡¿Es que quieres hacerme rabiar hasta la muerte?!

―Solo era por diversión ―se excusa Jongin, en un hilo de voz―. No hicimos nada... nada extraño. Nada más pasar el rato.

―Y tenías que pagarle a un puto para divertirte y pasar el rato. ¿Ni siquiera podía ser una mujer? Jesucristo Jongin, creí que lo habías dejado atrás ya. ¿Qué diablos está mal contigo?

Ellipsis «hunhan»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora