—De acuerdo, me quedó claro que haces más ejercicio que yo —resopla Iara, deteniéndose de golpe para abanicar con sus manos su cara.
Una de las primeras cosas que decidímos hacer juntos es correr y el parque de Deya es perfecto al ser la antesala a un bosque de cipreses. Hay espacio para correr, andar en bicicleta, tiene juegos para niños, mesas junto a parrillas, un lago artificual, una fuente y hasta un campo de fútbol. Me gusta. Me encanta. Vendré a correr todos los días.
Y aunque me había adelantado algunos metros, regreso por Iara.
—Hice tres cosas después de que me dejó mi ex —le platico, sin dejar de mover mis pies y agitar mis manos para no enfriarme— me compré cuatro trajes completos de los más caros, un PlayStation y me anoté en un buen gimnasio. Tuve entrenador, plan de dieta y todo. Salvo por el PlayStation, que lo adquirí por capricho, mi intención fue verme mejor y sentirme mejor.
—¿Funcionó? —pregunta ella, aún sofocándose.
—No, pero...
Trato de explicarme mejor cuando ella empieza a reír. —Ay, Armando.
—Es decir, sí —aclaro—. Sí me ví mejor... Pero no me sentí mejor. Era el mismo imbécil de siempre.
—No puedo creer que hayas soportado a un entrenador —protesta, colocando sus manos sobre sus rodillas. Le falta condición física. No me sorprende, previamente me explicó que para todo usa el coche.
—Entrenadora —me corrijo—. Y lo hice porque es una mujer increíblemente guapa —admito sonrojándome, aunque a Iara no le incomoda que tenga testosterona acumulada—. No podía decir no a su rutina. Quizá iba al gimnasio sólo para verla a ella.
—Eres un cabrón —me regaña, pero está sonriendo.
—Hey, es la naturaleza del macho, diría un amigo —Levanto un poco mi camisa y le muestro mi abdomen—. Perdió firmeza porque dejé de ir, pero aún se ve bien... Creo.
—Y se siente bien —Está de acuerdo ella—. ¿Por qué dejaste de ir?
—Empecé a salir con Vanesa.
—¿Y es enemiga de los gimnasios?
Bueno...
—También, pero creo que se debió a que —Desvío mi mirada y observo el boscaje. Creo que estoy teniendo una revelación. Sí, ¿por qué dejé de hacer pesas y correr?—. Yo...
—Lo hiciste para conocer mujeres y ya había picado el anzuelo una —concluye Iara por mí.
La miro con admiración y asiento mostrándome vergonzosamente de acuerdo.
—Seee, creo que sí
Qué patético soy. Volveré a esa rutina tenga o no tenga pareja.
—No dejes de ir —me regaña Iara y acepto con humildad mi culpa—. Yo dejé de pagar membresía hace rato. Subí cinco o diez kilos, creo —Ahora es ella la que levanta un poco su camiseta—. Aunque todo se quedó en mi pecho —describe, colocando sus manos sobre su busto para, acto seguido, mover sus tetas de forma circular.
Cambio el peso de mi cuerpo de izquierda a derecha sintiéndome incómodo. Deliciosamente incómodo. Ella sonríe.
—¡Tráelas aquí! —escuchamos que grita un tipo de lejos. Es un ciclista acompañado por dos amigos. Empuño mi mano mostrándome enfadado. Pedazo de...
—Grítales "No, amigo, esas son para mí" —me anima Iara sin perder su buen ánimo.
—¿Qué?
Acaba de adoptar posición de pelea. —Hazlo.
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Armando entre faldas ©
HumorSecretos y Papeles #3 Siempre he sido la segunda, tercera o cuarta opción de alguien. Y cuando he tenido novia, estas me dejan por un tipo más adinerado, guapo o malo. "Eres demasiado bueno, Armando", se quejan. Pero todo cambió el día que mi herman...