Toda aquella noche la pasamos en gran movimiento, alistándolo todo, poniendo cada cosa en su lugar y viendo llegar, uno tras de otro, botes llenos de amigos del caballero, como el señor Blandy y otros por el estilo, que iban a desearle un buen viaje y feliz regreso. Nunca, en nuestro "Almirante Benbow", pasé una noche semejante, ni siquiera la mitad del que hacer que tuve en ésta y puede creérseme que estaba rendido de cansancio cuando un poco antes del alba el contramaestre hizo sonar su silbato, y la tripulación toda comenzó a maniobrar al cabrestante. Pero, aunque mi fatiga me doblegara, no me hubiera separado de sobre la cubierta. Todo aquello era nuevo e interesante para mí; las concisas órdenes, la penetrante nota del silbato y los marineros moviéndose hacia sus lugares al tenue resplandor de las linternas del navío.
-Y ahora, Barbacoa, suéltanos una estrofa -gritó una voz- La conocida -añadió otra voz.
-Vaya por la vieja conocida, camaradas
-dijo, Silver, que estaba allí de pie, con su muleta bajo el brazo y al punto prorrumpió en aquella horrible cantilena que me era tan conocida: Son quince los que quieren el cofre de aquel muerto, A lo cual,la tripulación entera contestaba en coro-Son quince, ¡oh, oh, oh!, son quince; ¡viva el ron!
Y a la tercera repetición del coro, empujó las barras del cabrestante al frente de ellos con gran brío.
En aquel momento de excitación, ese canto lúgubre me trasladó con la imaginación, de un modo especial, a mi vieja posada del "Almirante Benbow", en la cual oía de nuevo la voz del sombrío capitán sobresaliendo sobre el coro. Pronto el ancla estuvo afuera y se la dejó colgar, escurriendo junto a la proa. Pronto se izaron también las velas, que comenzaron a hincharse suavemente con la brisa, y las costas y los buques empezaron a desfilar ante mis ojos de uno y otro lado, de tal manera que, antes de que hubiera ido a buscar en el sueño una hora de descanso, ya "La Española" había zarpado gentil-mente, emprendiendo su travesía hacia la isla del Tesoro.
No es mi deseo referir todos y cada uno de los detalles de ese viaje; básteme decir que fue en extremo próspero; que nuestra goleta dio pruebas de ser una buena y ligera embarcación; que los tripulantes eran, todos, marineros experimentados, y que el capitán entendía muy bien lo que manejaba. Pero antes de que llegásemos cerca de las costas de la Isla del Tesoro, acontecieron dos o tres cosas que es indispensable referir para la inteligencia de esta narración.
Arrow, el piloto, pronto se tornó peor de lo que el capitán había temido: no tenía la menor autoridad sobre los marineros, los cuales hacían con el lo mejor que les acomodaba. Pero no era esto lo peor, sino que uno o dos días después de nuestra partida, comenzó a presentarse sobre cubierta con los ojos inyectados, los pómulos enrojecidos, la lengua torpe y todas las señales más evidentes de la embriaguez.
Una vez y otra se lo tuvo que mandar a la cala, castigado. Algunas veces se caía, rompiéndose la cara; otras se echaba el día entero en su tarimón, al lado de la toldilla. Como una reacción que durara uno o dos días, se le podía ver sobrio y listo, atender a su trabajo, por lo menos pasablemente.
Entretanto no podíamos averiguar dónde tomaba lo que bebía; éste era el misterio de nuestro buque. Nuestra vigilancia redoblada y multiplicada nada pudo; fue inútil cuanto hicimos para descubrirlo. Soltamos preguntárselo abiertamente, y entonces, una de dos: o se nos reía en las barbas si estaba borracho, o nos negaba tercamente que se embriagase si acontecía que estuviera en su juicio, protestando que no probaba nada que no fuese agua.
No solamente era inútil en su calidad de oficial del buque, y Pésimo como fuente de las malas influencias entre los hombres de la tripulación, sino que se vela muy claramente que, al paso que iba, muy pronto acabaría por matarse. Así es que nadie se sorprendió, ni se apenó mucho tampoco, cuando, en una noche muy, oscura, en que el mar parecía menos sosegado que de costumbre, el hombre aquel desapareció sin que volviésemos a verle.
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LA ISLA DEL TESORO
Classics( COMPLETA) LA ISLA DEL TESORO (Treasure Island) -Robert Louis Stevenson Este gran clásico de aventuras escrita por el escocés Robert Louis Stevenson, data de 1881 y ha sido fuente de inspiración en el cine, en la televisión, en la literatura, en có...