11. Lo que oí desde el barril

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-¡No! ¡yo no! -decía Silver- Flint era el capitán; yo no era más que el contramaestre, con mi pierna de palo. En el mismo abordaje perdimos, yo mi pierna y el viejo Pew la vista. Me acuerdo que fue un cirujano recibido, con su título con muchos latines, que no sabía más que pedir el que me aserró esta pierna; pero todas sus retóricas y sus serruchos no lo libra-ron de que lo ahorcáramos como a un perro y lo dejáramos secándose al sol en el castillo del "Croso". ¡Esos eran los hombres de Flint, ésos, sí señor!

Ése fue el resultado también de cambiar nombre a sus navíos, "Royal Fortune" y otros. Pero yo sostengo que el nombre con que han bautizado a un navío es el que debe quedársele. Así aconteció con "La Casandra", que nos trajo sanos y salvos a nuestra casa después que England se apoderó del virrey de Indias, y lo mismo con el viejo "Walrus", que era el antiguo buque de Flint, que yo vi rojo de sangre de popa a proa, algunas veces, y otras repleto de oro hasta zozobrar con su peso.

-¡Ah! -exclamó otra voz, que luego conocí por la del más joven de los de la tripulación, y que expresaba la admiración más completa-. ¡Ah! ¡Flint sí que era la flor de toda esa banda!

-Davis también era todo un hombre cabal, no lo dudes -dijo Silver-, yo nunca navegué con el, sin embargo. Mi historia es ésta: primero con England, luego con Flint y, ahora, por mi cuenta.. . Yo pude ahorrar novecientas libras durante mi servicio con England y dos mil con Flint. Ya ves tú que eso no es poco para un simple marinero. Y todo eso bien guardadito en el Banco, muy guardado, no te quepa duda. ¿Y qué se ha hecho hoy de los hombres de England? ¡No sé! ¿Y de los de Flint? En cuanto a ésos, la mayor parte están aquí, a bordo, con nosotros. Al viejo Pew. que había perdido la vista, le tocaron mil doscientas libras que vergüenza da decirlo- gastó completamente en un año, como puede hacerlo un lord del Parlamento. ¿En dónde está ahora? Muerto bien muerto y bajo escotillas. Pero, dos años antes de morir ... ¿qué hizo? ¡Mil tempestades! Ladrar de hambre como un perro; pedir limosna, mendigar, robar, degollar gentes, y con todo eso morirse de hambre y de miseria ... ¡voto al demonio!

-Voy creyendo, que no sirve, pues, de mucho la carrera -observó el joven catecúmeno de Silver,

-No les sirve de mucho a los manirrotos y locos; por supuesto que no -replicó Silver-. Pero, en cuanto a, ti, mira; tú eres un chicuelo todavía; pero vivo como un zancudo. Yo te conocí en cuanto te puse el ojo encima, y ya ves que te hablo como a un hombre hecho.

Se comprenderá sin esfuerzo lo que sentí al oír a este viejo abominable bribón dirigiendo a otro las mismísimas palabras aduladoras que había usado para conmigo. Créaseme que si hubiera podido, con todo mi corazón lo habría anonadado a través de mi, barril. Pero el prosiguió, entre tanto, muy ajeno de que alguien lo estaba escuchando:

-Mira tú lo que sucede con los caballeros de la fortuna. Se pasan una vida dura y están siempre arriesgando el pescuezo; pero comen y beben como canónigos y abades, y cuando han llevado a cabo una buena expedición, ¡ca!, entonces ... los ves ponerse en las faltriqueras miles de libras en ves, de puñaditos de miserable? peniques. Ahora, los más de ellos lo tiran en orgías y francache las, también eso es cierto, y luego los ves volviendo al mar, en camisa, como quien dice. Pero a fe que yo no he ido por semejante vereda. ¡No, que no! Yo he puesto todo muy bien asegurado, un poquito aquí otro poco allá, y en ninguna parte mucho para no excitar sospechas inútiles y peligrosas. Ya tengo cincuenta años, fijate bien, y una vez de vuelta en esta expedición me establezco como un perezoso rentista. Ya es tiempo de ello, me parece que replicas. ¡Ah, sí!

Pero puedo asegurarte que entretanto he vivido con desahogo. Jamás me he privado de nada que me ha-ya pedido el cuerpo; sueños largos, comidas apetitosas, y todo esto, día por día, excepto cuando viajo por el agua salada. ¿Y cómo comencé? Pues ni más ni menos que como tú ahora, de puro y simple marinero.

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