Me sentía yo tan satisfecho de haber dejado a Silver con un palmo de narices, que ya comenzaba a recrearme y a pasear mis ojos ávidamente por la extraña tierra en que me encontraba.
Había cruzado ya un trecho cenagoso, lleno de sauces, juncos, feos y lodosos arbustos de vegetación más acuática que de tierra, y acababa de llegar a las faldas de un terreno abierto, ondulado y arenoso, como de una milla de largo, dotado con uno que otro pino y algún número de árboles tortuosos, no muy diferentes del roble en su configuración, pero de hojas pálidas como las del sauce. En el término abierto de aquel terreno se alzaba uno de los cerros, con dos picos ¡extraños, fragosos y escarpados que reverberaban vívidamente al sol.
Por primera vez en mi vida sentía el gozo y la emoción del explorador. La isla estaba deshabitada.
Mis camaradas quedaban a mi espalda, y nada vi-viente tenía ante mis ojos, si no eran animales de tierra y aire, mudos para mí. Aquí y acullá, se alzaban algunas plantas en flor que me eran totalmente desconocidas; más allá veía culebras, una de las cuales alzó la cabeza sobre su nido de piedra, miróme y lanzó una especie de silbido muy parecido al zumbar de una peonza. Bien ajeno estaba yo de que aquel enemigo llevaba la muerte consigo y que su silbato no era otra cosa que el famoso cascabel.
Llegué, en seguida, a un espeso grupo de aquellos árboles a manera de robles, cuyo nombre, según lo supe después, era el de árbol de la vida, que crecían bajos, entre la arena, como zarzas, con sus brazos curiosamente trenzados y con sus hojas compactas como una pasta artificial. El monte se alargaba hacia abajo desde la cima de una de las lomas arenosas, desplegándose y creciendo en elevación conforme bajaba, hasta llegar a la margen del ancho y juncoso pantano, a través del cual desaguaba, en el fondeadero, el más pequeño de los riachuelos que morían 152
en el. El marjal vaporizaba bajo los rayos de un sol tropical, y la silueta de "El Vigía" palpitaba con las ondulaciones de la bruma solar.
De repente comenzó a notarse cierto bullicio entre el juncal de la ciénaga: un pato silvestre se levantó gritando; otro le siguió, y muy pronto se vio sobre toda la superficie del marjal una nube verdadera de pájaros revoloteando, gritando y revolviéndose en el aire. Desde luego supuse que alguno de mis compañeros de navegación debía de andar cerca de los bordes del pantano, y no me engañé en mi suposición, pues muy pronto llegaron hasta mí los rumores débiles y lejanos de una voz humana que, mientras más escuchaba, más distinta y más próxima llegaba a mis oídos.
Esto me infundió un miedo terrible, y ya no pude más que agazaparme bajo la espesura del más cercano grupo de árboles de la vida que se me presentó, y acurrucarme allí, volviéndome todo oídos, y mudo como una carpa.
Otra nueva voz se dejó oír contestando a la primera y luego ésta, que conocí luego ser la de Silver, se alzó de nuevo y se des. ató en una verdadera avalancha de palabras que duró por largo tiempo, interrumpida de vez en cuando por una que otra frase de la otra voz. A juzgar por las entonaciones, debían estar hablando acaloradamente, tal vez con ira; pero ninguna palabra llegó distintamente a mis oídos.
Al fin los interlocutores hicieron, al parecer, una pausa, y supuse yo que se habían sentado, porque no sólo sus voces cesaron de aproximarse, sino que los pájaros empezaron ya a aquietarse y la mayor parte de ellos a volver a sus nidos en el pantano.
Comencé a temer que estaba yo faltando a las obligaciones que voluntariamente me había impuesto, por el solo hecho de haber venido a tierra con aquellos perdidos, y a decirme que lo menos que podía hacer era. escuchar sus conciliábulos, acercándome a ellos tanto como me fuese posible, a favor de los espesos zarzales y de los árboles echados por tierra.
Me era fácil fijar la dirección de los dos interlocutores, no sólo por el sonido de sus voces, sino también por el cálculo que me permitían hacer los pocos pájaros que todavía revoloteaban alarmados sobre las cabezas de los intrusos.
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LA ISLA DEL TESORO
Classics( COMPLETA) LA ISLA DEL TESORO (Treasure Island) -Robert Louis Stevenson Este gran clásico de aventuras escrita por el escocés Robert Louis Stevenson, data de 1881 y ha sido fuente de inspiración en el cine, en la televisión, en la literatura, en có...