Debido a la gran inclinación en que había quedado la goleta, los mástiles se veían suspensos en gran parte encima del agua; así es que, desde mi asiento en el bao de las gavias, yo no veía debajo de mí sino la superficie de la bahía. Hands, que todavía no iba tan alto, estaba en consecuencia, más cerca del buque, y su caída se efectuó pasando su cuerpo entre mí y la balaustra. Pero una vez le vi alzarse a flor de agua en una mezcla de espuma y sangre y luego se hundió de nuevo para no reaparecer más.
Tan luego como el agua se serenó, pude verle tendido sobre la limpia Y brillante arena del fondo, y como protegido por la sombra que los costados del buque arrojaban sobre el agua. Uno o dos peces otearon su cuerpo al paso. Una vez u otra con el ondear del agua parecía como si se moviera un poco, como si estuviese tratando de levantarse. Pero bien muerto estaba para tales maniobras, habiéndole herido una de mis balas y ahogándose en seguida, por lo cual en poco tiempo ya no fue sino alimento de peces en el mismo sitio en que habla meditado acabar conmigo.
No bien estuve seguro de esto cuando comencé a sentirme enfermo, desfallecido, terrificado. Mi sangre caliente corría copiosamente sobre el pecho y la 300
espalda. En el lugar en que la daga me habla clavado al mástil, la sentía yo arder como si fuera un hierro candente. Y, sin embargo, por grande que fuese ese sufrimiento no era el lo que me acongojaba, pareciéndome que podría muy bien sufrirlo sin quejar-me; lo que me enloquecía era el horror que me inspiraba la idea de que podía, de un momento a otro, desprenderme del bao y caer en el agua, todavía mal sosegada, junto al cadáver del timonel. Me así al mástil con ambas manos, con tal fuerza, que las uñas me punzaban, y cerré los ojos como para no ver el peligro que corría. Gradualmente, empero, mi ánimo volvió, mis pulsos agitados se aquietaron un poco y una vez más me sentí en posesión de mí mismo.
Mi primer pensamiento fue sacar la daga; pero estaba muy adherida, o mi fuerza no era suficiente, por lo cual desistí con un violento estremecimiento.
¡Cosa extraña! Aquel estremecimiento hizo lo que yo no pude hacer. El puñal, en resumidas cuentas, ha-bía venido muy a punto de errar el golpe, tan a punto que apenas me había interesado la piel, por la cual la convulsión aquella bastó para sacar el arma de la herida. La sangre se escapaba más de prisa, pe-ro, en cambio, Yo era de nuevo dueño de mi mis-301
mo, y sólo quedaba clavado al mástil por el saco y la camisa.
Con una sacudida violenta desprendí estos últimos y acto continuo bajé sobre cubierta por los obenques de estribor. Por nada en el mundo me ha-bría atrevido, conmovido como estaba, a bajar por los mismos obenques por donde subí, desde los cuales Hands habla caído directamente al agua.
Bajéme en el acto a la cámara y arreglé mi herida como Dios me dio a entender; sentí a causa de ella un dolor bastante agudo y todavía sangraba en abundancia; pero no era ni profunda ni peligrosa, ni sentí que me, embargara el libre movimiento de mi brazo. Eché luego una ojeada en mi derredor, y bien convencido de que el buque en cierto sentido era ya enteramente mío, e( meneé a pensar en desembara-zarlo de su último pasajero, o sea, el cadáver de O'Brien.
Este había recargado, a causa de la sacudida del buque, contra la balaustra, quedando en pie y en una posición horrible, parecida un tanto a la de un vivo; pero bien diverso de un cuerpo con vida en el color y en el donaire, ¡oh, bien diferente! En aquella postura me era muy fácil encontrar el medio de realizar lo que yo quería, y como ya la costumbre de las 302
aventuras trágicas había concluido por hacerme perder todo miedo a los cadáveres, lo agarré por la cintura como si hubiera sido un saco de salvado y haciendo un buen esfuerzo, lo arrojé al agua, La víctima de Hands cayó al mar con un sonoro chapuzón y el gorro encarnado salió a flote y quedó nadando sobre la superficie. No bien la agitación del agua se hubo calmado, pude ver al horrible muerto yaciendo sobre el cuerpo del timonel y ambos meciéndose suavemente con el meneo del manso fondo de la bahía. O'Brien, aunque todavía bastante joven, era en extremo calvo y yo veía muy bien aquella su cabeza desnuda descansando sobre las rodillas del hombre que lo había asesinado, en tanto que, rápidos y nerviosos, los peces pasaban azotando aquellas masas inertes.
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LA ISLA DEL TESORO
Klasik( COMPLETA) LA ISLA DEL TESORO (Treasure Island) -Robert Louis Stevenson Este gran clásico de aventuras escrita por el escocés Robert Louis Stevenson, data de 1881 y ha sido fuente de inspiración en el cine, en la televisión, en la literatura, en có...