Nunca fui una persona muy centrada en el sentido del deber. Estudiaba y cumplía con las cosas que me pedían más por simple rutina que por verdadero interés. Mi padre se la pasaba fuera de casa, por lo que mi única compañía siempre fue mi madre. Me agradaba la forma en que sacudía mis cabellos azabaches con una sonrisa cada vez que le llevaba un diez en ciencias o la ayudaba con los mandados. Eran simples acciones que hacía para verla sonreír, no porque realmente me gustara hacerlas o porque lo consideraba como algo "correcto". Ese escaso sentido de lo bueno y lo malo que pude reunir a la corta edad de once años llegó a su fin el día en que la afabilidad de mi madre se fue junto al infeliz que la atropelló estando ebrio.
Desde entonces ya todo me daba igual, hacía lo que me placía, siéndome completamente indiferente si afectaba a alguien o no. Naturalmente, a mi padre no le hizo ninguna gracia las actitudes que había adoptado y como "respetable" General del ejército que es, apenas llegué a la mayoría de edad, me obligó a ir al servicio militar.
¿Suena como si se estuviera deshaciendo de mí? Pues eso fue justamente lo que pensé.
Lo cierto es que no me vi en la motivación de llevarle la contraria a mi padre y por eso terminé en el sombrío lugar donde acaban todos los traídos por obligación, sentido del deber o meras ganas de morir con un título "honorable". No hubo nadie que me fuera a despedir cuando me subí al tren, ni mucho menos soltó lágrimas de lamento por tal vez no volverme a ver. Siempre fue así, ya ni siquiera era una sorpresa más.
Nunca esperé que ese día, aquel que parecía ser solo uno más en el monótono calendario, sería el punto sin retorno a un futuro que jamás hubiera planeado.
Todo empezó, veamos...si, creo que todo comenzó cuando conocí a ese tipo, un hombre con un aspecto que parecía decir "¡Mírenme!" donde quiera que iba con su cabello bicolor levantado y sus ojos ámbar que brillaban con unas ganas de vivir que nadie más tenía en ese lugar.
Al principio, consideré ignorarlo, pero siendo asignado a ser su compañero de cuarto y terminar casi siempre juntos en todas las actividades, definitivamente no me ayudaron con mi cometido.
Cuando recién comenzamos a hablar, debo admitir que me chocó un poco su alto grado de hiperactividad y mentalidad parecida a la de un niño de 5 años, pero a medida que aumentamos la frecuencia de nuestras conversaciones, terminé por empezar a reírme de los aspectos extravagantes de su personalidad e, incluso, decidía seguirlo en cada tontería que se le ocurría. Sin darme cuenta, la palabra "amigos" se convirtió en la que mejor describía nuestra relación.
Fue un día como cualquier otro en que aquel nombre salió de sus labios como un suave vals que se dio el lujo de quedarse danzando en mi mente sin poder quitarlo.
Akaashi Keiji...
Por supuesto, esa fue solo la primera vez que lo nombró, puesto que su pasatiempo principal era hablar y alabar a su querido prometido y si, leyeron bien, era prometidO, y si, un tipo como ese tenía una persona que lo amaba y, según él, lo esperaba y extrañaba a cada día que pasaba.
"Akaashi es una persona increíble, no solo es guapo y tiene unos ojos hipnotizadores, también es amable y cocina un pie de manzana que te hace ver toda la galaxia con un solo bocado".
Bokuto tenía la manía de que todos los días, no importa cuán agotado estuviera, se sentaba en la silla del destartalado escritorio ubicado en la orilla del pequeño dormitorio que compartíamos a escribir una carta para su añorado prometido.
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Remitente de vida
FanfictionKuroo Tetsuro piensa que fue la vida quien le quitó cualquier sentido a su existir, pero no tenía planeado que ésta aún le tuviera una carta preparada con el remitente de Akaashi Keiji. Los personajes son de exclusiva pertenencia a Haruichi Furudate...