Capítulo 9

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Parpadeé confundido, alternando mi mirada entre el niño que me ignoraba con la vista en la alfombra y Sawamura, quien también me ignoraba solo que por su libreta.

—¿Puedes repetirme lo que acabas de decir?— Pedí masajeando mis sienes en un intento de guardar la calma.

—Necesito que cuides al hijo de la señora Kozume— Repitió el castaño sin alterarse—. ¿Debería agregarle alguna tutoría privada para que pueda retener más de 10 palabras? ¿O deberían ser más de 5?

—No, no, no, a lo que me refiero es que ¿por qué yo?— Traté de aclararme haciendo como que no escuché la última parte.

—Hum, porque estamos todos ocupados siendo un ente productivo de esta mansión, porque la señora Kozume es una de nuestras mejores trabajadoras y no podemos dejar que prescinda de su trabajo solo porque su niñero enfermó, ah y también porque el joven amo debe aprender que a sus casi 23 años no se la puede pasar durmiendo, comiendo y suspirando a cada flor que ve como colegiala enamorada— Terminó de enumerar, pero al ver que seguía con el mismo rostro desconcertado de antes, cerró su libreta y suspiró— Solo cuida al niño, ¿si? Se llama Kozume Kenma, estoy seguro de que se llevarán bien, entre niños se entienden, ¿no?

Hizo ademán de irse, pero lo sujeté con desespero de la chaqueta, a lo que siguió tratando de avanzar ante la mirada curiosa del niño, quien al parecer había perdido el interés en la alfombra.

—Espera, espera, ahora si soy un sujeto productivo, solo mírame— Dije soltándolo levemente para dejarle ver que llevaba mi traje de cartero.

Él puso su mano en la barbilla a modo pensativo y me analizó con la mirada.

—Tienes una lagaña en tu ojo.

—¡Exacto! Espera, ¿qué? —Dije al caer en lo que había dicho y limpiando mi ojo— ¡No me refería a eso! Mira mejor.

Él volvió a hacer el mismo gesto pensativo de antes, con incluso mayor seriedad, hasta que segundos después suspiró.

—Lo siento, solo sigo viendo tu mismo rostro de idiota de siempre— Dijo levantando los hombros con resignación.

—Lo estás disfrutando, ¿no es así?— Le pregunté al ya percatarme que estaba tomándome el pelo.

—Un poco— Dijo sonriendo divertido.

—A lo que voy, es que no puedo hacerme cargo del niño, tengo que trabajar— Recalqué lo último con una sonrisa de suficiencia.

—Noya me dijo que te había visto ir a dejar tus cartas ayer— Enarcó una ceja, a la vez que yo carraspeaba.

—¿Me están espiando?— Pregunté levantando una ceja, imitando su acción.

—Créeme que no es fácil ignorar a alguien que, cuando tiene que realmente ir a trabajar, se la pasa diciendo "Odio trabajar", "No quiero entregar más cartas", "Maldita gente, inventen algo más práctico para hablar entre ustedes", "Personas amargadas que no dan propina, ¿creen que es fácil tratar de mantener el gorro en su lugar con este viento?", ¿quieres que siga?— Preguntó con un tono que daba a entender que si podía seguir perfectamente.

—Ya entendí, ya entendí— Repetí con un suspiro. Formé una mueca indeciso de decirle lo siguiente, pero era mi última oportunidad para convencerlo— No te estoy mintiendo, aún me queda una carta por entregar.

—¿No que "una no es ninguna"?— Recordó la frase con la que siempre le respondía cuando me quedaba tarea por hacer.

—Pero esta "una" es más importante que cualquier otra— Le respondí honestamente, haciendo que disimulara la impresión.

Remitente de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora