Extra: Suave interludio I

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A Bokuto Kotarou,
Me alegro de que haya llegado con bien al campamento. Nunca me he subido a un tren, pero por cómo lo describe suena como una fantástica experiencia.
Me siento mal porque tenga que llegar a un lugar que desentona tanto con su exorbitante alegría, pero como usted dice, estoy más que seguro que podrá propagar su alborozada aura a todos los allí presentes, incluyendo a su nuevo compañero.
Lamento si la carta es corta y desafecta, pero me temo que es la primera que escribo, netamente guiado por su petición antes de irse. Además, las paredes blancas y el silencio monótono de la habitación de hospital no me dejan transmitir lo mismo que solo una de sus palabras me hacen llegar.
Con cariño, Akaashi Keiji.

~•~•~

Levantó la mirada hasta las grises nubes que amenazaban silenciosamente la caída de una tormenta y se preguntó si las pequeñas personas que se veían desde la ventana del quinto piso traerían paraguas consigo.

—¿Qué pasa, Keiji? — Escuchó una suave risa a sus espaldas.— Si estás aburrido puedo llamar a tu padre para que venga a buscarte.

Volteó a verla con un movimiento tan callado como él mismo era. Lucía cansada, con unas ojeras y arrugas que nunca pensó que vería en una mujer que cuidaba tanto su apariencia, ya no llevaba la coleta que tanto la caracterizaba, sino que ahora traía sus cabellos tan cortos que ni siquiera rozaban sus hombros.

Entrecerró su mirada, apretando levemente sus labios para evitar decir algo que la hiriera. Es cierto que ir todos los días a esa imponente clínica terminaba por volverse una rutina que lo aburría de sobremanera, pero no quería decírselo.

No cuando a sus jóvenes ojos de 10 años su mamá se estaba muriendo.

—Keiji— Lo volvió a llamar, palmeando suavemente un espacio en la cama— Ven aquí.

Él obedeció, como en realidad siempre hacía, y se sentó a su lado para después sentir las caricias sobre su cabeza. Se preguntó cómo podían aquellos finos dedos transmitir tanta tranquilidad y más en una persona en la que su reloj de vida parecía avanzar a pasos agigantados.

—Mamá— Se atrevió a llamarla con la vista aún puesta en las nubes grises fuera la ventana— ¿Por qué la muerte te tiene que llevar a ti y no a alguien más?

Ella frenó sus caricias unos segundos, para luego con delicadeza hacer que su hijo centrara su mirada en ella.

El pequeño vio con curiosidad el brillo en sus ojos, pensando en qué los diferenciaba de los suyos a pesar de tener el mismo color.

—Dime, mi querido Keiji, ¿para ti qué es la vida?— Sonrió con dulzura a la espera de la respuesta de su único hijo.

El niño azabache hizo una tenue mueca pensativa hasta que pareció hallar una respuesta.

—Tal vez sea como las flores— Meditó— Todas tienen distintos colores y crecen en diferentes lugares, pero todas se terminan por marchitar...— Terminó susurrando.

—Oh, pero nada les quita lo bellas que pueden ser— Lo abrazó y besó su frente— Todas con muchos significados, creciendo con viveza hasta encontrar lo que más desean.

—¿Lo que más desean?— Repitió el menor sin entender realmente el verdadero trasfondo de las palabras de su progenitora.

Remitente de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora