Capítulo 10

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Caminé detrás de él hasta sentarme a su lado en el banquillo oculto entre las enredaderas del jardín. Seguí la dirección de su mirada, la cual daba a los niños que intentaban enseñarle a Kenma a utilizar la pelota de volleyball, aunque terminaban destacando más los gritos espartanos de cierto azabache y la hiperactividad del más bajo de los tres que el mismo juego. Aún así, noté que tras el desinterés que trataba de aparentar Kenma, le brillaban los ojos cuando podía levantar correctamente el balón.

Formé una media sonrisa, volviendo a dirigir mi mirada hasta el porte melancólico con el que estaba sentado Akaashi. Paseé mis pupilas en sintonía con el viento que jugueteaba con su cabello, deleitándome del tono que adoptaban sus ojos cuando el cielo decidía teñirlos más grises que azules. Di un ligero respingo cuando noté que la dirección de sus pupilas ahora estaba enfocada en mí.

—Así que...¿el señor secuestrador tiene entre sus formas de captura el helado?— Había vuelto a cambiar la dirección de su mirada, pero podía notar el deje divertido en su voz.

—No lo olvidarás fácilmente, ¿eh?— Suspiré, obteniendo una suave carcajada de su parte.

—Aunque debo admitir que eres bastante considerado con tus víctimas si compraste de tantos sabores.

—Puede ser, pero nunca estuvo entre mis planes que esos niños sean unas máquinas de absorber helado— Recordé con tristeza el dinero perdido entre todos los helados que se comieron solo en el camino a la casa de Akaashi—. ¿Tú no quieres uno? Aún me quedan tres.

—Hum...— Miró con curiosidad la bolsa que le tendía, para terminar aceptando y sacando uno de la bolsa sin caer mucho en el sabor—. Eres de las pocas personas que conozco que les gusta comer helado en climas fríos como este.

—Son los espontáneos y esporádicos momentos los que más deben disfrutarse, porque probablemente jamás vuelvan a vivirse de la misma manera— Dije con una sensación amarga en la voz.

Él me observó con curiosidad aún sin abrir su helado, lo que me hizo avergonzarme por la seriedad con la que respondí a algo tan simple.

—L-lo que quiero decir, es que si tienes la oportunidad de comer un helado, no hay que desaprovecharla— Modifiqué mi discurso con una mueca nerviosa, tratando de ocupar mi atención en abrir el helado de chirimoya en mis manos.

—Me recuerdas a alguien...

Levanté mi mirada curioso hasta él, pero sus ojos parecían volver a perderse en un paisaje del que yo no formaba parte.

—¿Te refieres a...?— Dejé la pregunta en el aire, ni siquiera sabiendo cómo terminarla, aún si en el fondo sabía perfectamente a quien se refería.

—Él también es así, diciendo que hay que disfrutar cada momento, lo hace desde que lo conozco— La sonrisa que mostraban sus labios era como la fría puñalada que iba matando, poco a poco, el sentimiento que nunca lograba llegar al final de su propio entendimiento.

El castigo de un amor inmoral, sonaba demasiado adornado para alguien como yo, tal vez era simplemente un amor no correspondido. Tan simple y a la vez tan complejo de aceptar como tal, como un puzzle que te niegas a abandonar a pesar de saber que hay una pieza faltante.

—¿Cómo fue que se conocieron?

Un puzzle de un hermoso paisaje que sigues queriendo ver por completo.

—Es una historia larga.

—Tengo un helado y una relajante brisa otoñal, así que soy todo oídos— Dije acomodando mi espalda en la banca. Apoyé mi cuello en el respaldo, dejando que mis ojos se guíen al cielo mientras saboreaba el dulzor de la chirimoya en mi lengua.

Remitente de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora