Capítulo 3

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Viento...

Una sensación de frío en la espalda...

Un silencio tan profundo que te quema los oídos...

Era una estación de trenes...yo había estado ahí antes. Tanto ese día como ahora, no había nadie a mi alrededor tratando de detenerme.

Un tren queda inmóvil frente a mí, en el reflejo de la ventana puedo ver siluetas familiares que hacen menguar un poco la ansiedad en mi garganta. Intento dar un paso adelante, pero una extraña sensación en mi mano me hace detenerme.

Una delicada flor se desliza entre mis dedos, haciendo un enorme contraste entre su brillo dorado y el gris del paisaje.

–¿Te irás?

El danzar de unas palabras resuena en mis oídos hasta toparme con unos iris impresos en mis retinas desde la primera vez que los vi. Él me observaba con un gesto serio, pero no podía ocultar aquel ligero brillo enigmático en su mirar.

Intento responderle, sin embargo, las palabras no salen, el paisaje comienza a desaparecer y todo lo que queda es oscuridad junto a un leve susurro del aire que se repetía sin cesar...

Vive...

Desperté con unos molestos rayos de sol agolpándose en mi rostro y una sensación de pesadez en la garganta. Estuve unos segundos desorientado al observar el paisaje a mi alrededor, con el césped como cama y múltiples latas de cerveza desperdigadas a mi lado.

Suspiré y volví a acomodarme en el suelo mientras bostezaba, encontrándome con la mirada curiosa de un niño merodeando por las otras lápidas del cementerio.

–Mamá, ¿por qué ese señor duerme en el suelo?— Le preguntó a una mujer que se sobresaltó al ver que estaba cerca mío y llegó rápidamente junto a él.

–No lo mires, vámonos— Dijo observándome de reojo y llevando a su hijo de la mano en un intento de alejarlo de mí.

Reí al ver cómo el niño seguía mirándome, por lo que le hice un signo de despedida con una lata de cerveza, lo que solo lo hizo poner un rostro de extrañeza.

Tras un rato, dejé la lata a medio beber a mi lado mientras mi mente empezaba a divagar en el extraño sueño que había tenido. No era fuera de lo común el soñar con aquel paisaje monocromático y la soledad palpable, pero si lo era la última parte.

La flor.

Su voz.

Sus ojos...

Sacudí mi cabeza tratando de despejar mis ideas, después de todo, de seguro no se trataba de nada muy importante y solo me había quedado rondando la sensación de amargura tras la discusión con mi padre el día anterior.

Miré la lápida de mi amigo junto a la flor de tonalidades amarillas que había dejado frente a él hace algunos días. Hoy no me correspondía ir a dejarle ninguna carta, pero...

Antes de poder meditar bien mis acciones, ya estaba caminando por el camino que cada vez se me hacía más familiar, dejándome distraer por los árboles de alrededor que empezaban a teñir sus hojas del pronto otoño.

Me detuve en el camino frente a su casa, esta vez, encontrando las flores sin la compañía que esperaba.

Maldije mis propias acciones, después de todo, para empezar nunca debería haber venido a buscarlo cuando yo no soy nada de él.

Solo un cartero sin carta que llevar.

Aún con eso, parecía que mis pies no quisieran moverse de su lugar. Inconscientemente hice a mis ojos recorrer toda la residencia, pero no había rastros de él.

Remitente de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora