Epílogo

528 104 72
                                    

A Bokuto Kotarou,
Cuánto tiempo, ¿no, querido amigo?
Decidí que ya era hora de responder tu última carta de la misma manera.

—Última estación. Se le ruega a los pasajeros salir de manera ordenada.

Sonreí al escuchar el altoparlante, levantándome con pereza para sacar mi bolso del portamaletas superior y ayudando a una señora que no podía hacerlo por su cuenta. Ella me agradeció de forma amable, dejando ver la curiosa mirada de un niño escondido detrás de ella. Me despedí con un asentimiento y la alegría de sentirse nuevamente en mi ciudad natal.

—Mamá, ¿el señor es un soldado?— Preguntó el niño a mis espaldas, probablemente al percatarse de mi uniforme.

—Si— Respondió su progenitora— Pero no uno cualquiera, ¿viste lo que tiene en su brazo?

Sonreí al escucharlo, volteándome para señalarle con entusiasmo la cruz roja en mi brazo izquierdo. El menor abrió la boca en entendimiento y me devolvió la sonrisa.

Ya casi se cumplen 8 años desde te fuiste de este mundo, pero todos estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo para seguir con nuestros caminos.

Saludé alegre al castaño que dejó de escribir en su libreta al verme, el cual después le dio un pequeño codazo al joven que aún se hallaba enfrascado en su consola.

—Cada vez te haces más alto, Kenma— Le dije revolviendo sus cabellos, a lo que el contrario solo hizo una mueca— Aunque sigues sin alcanzarme.

—Tengo mejores metas en mi vida que ser más alto— Murmuró enfurruñado.

—Las misiones de los videojuegos no cuentan.

—Entonces no— Fue su único comentario antes de volver a concentrarse en el juego.

—Ah~ esta juventud de hoy en día— Suspiré con dramatismo.

—Te ves bien, ¿qué tal estuvo todo esta vez?— Preguntó Sawamura ayudándome a cargar algunas cosas, pero cuando iba a tomar cierto objeto, por reflejo lo tomé de vuelta, ganándome unas miradas confusas de los otros dos.

Daichi levantó la ceja como siempre hacía cuando quería sonsacarme información, a lo que solo pude desviar la mirada y esconder la caja dorada en mi espalda.

—¿Qué llevas ahí...?

—¡Oh! ¡Mira la hora! Ya se nos hace tarde, ¿verdad, Kenma?— Dije tomando por los hombros al ya adolescente, haciéndolo caminar más rápido ante sus reclamos.

—Que yo sepa no tengo que ir a ningún lugar— Decía el de iris ambarinos tratando de seguirme el paso.

—Joven amo Kuroo, sigue siendo tan infantil como siempre— Murmuró el castaño alcanzándonos fácilmente—. No preguntaré si no quieres que lo haga, ya eres un adulto después de todo.

—N-no es que no quiera decirte, pero...— Mi voz cada vez sonaba más apagada, sintiendo mis mejillas enrojecerse al ver los rostros de Daichi y Kenma, quienes probablemente ya hayan intuido de qué iba todo.

—Has crecido tanto— El castaño fingió secarse una lágrima falsa, a la vez que Kenma asentía.

—¡No se burlen de mí!— Les recriminé avergonzado.

Remitente de vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora