La niña del lienzo perdido.

42 3 0
                                    

Una noche estrellada, mi mejor amigo Deby me invitó a rondar las calles con una moto, transitamos los bulevares ya tan recorridos. Le bromeó y le digo que vamos a dejar un hueco, él se ríe, no sabe que me refiero a mi corazón, a mi vacío. Tenía 18 años, me había salido de la Universidad, según yo, la carrera de Derecho no me apasionaba, es curioso pensar que la palabra carrera hace referencia a correr, porque eso hacemos en la vida, en los estudios, en los amores, en las fiestas, en los libros. Corremos. Siempre hemos estado en una carrera. Nos detenemos en una panadería donde comíamos como locos cuando éramos más jóvenes, cuando soñábamos más, cuando amabamos más, cuando llorabamos más, teníamos abundancia, sí abundancia en el corazón. Comemos algo común, porque resultamos ser gente común, aunque pensemos que somos poco comunes. Me percato que allí hay un hombre con su hija de alrededor 8 años, quizás menos. Ella en sus brazos arropando un pan grande, ella un poco famélica, un poco raquítica, su padre mirándola con ternura, en sus ojos hay un brillo inusual, un brillo siempre descrito en los libros pero inexistentes en la vida humana, estaba allí ese brillo, sí la Luz Pérdida. Toman ambos asientos, piden algún pan para comer, ella sonríe con una felicidad inexplicable, por mi mente cruza rápidamente la imagen de Delmeza, esa niña raquítica, sucia, con una sonrisa dubitativa, con aspereza en los ojos, con amor sorpresivo, que más tarde se convertiría en un Poldark. No pude evitar imaginarmela allí, estaba aquí, una mujer de libros existía en lo que los humanos llamamos realidad. Deby me contaba algo acerca de la chica que le gustaba, la describía de nuevo con pasión realista, yo ignoraba lo que me contaba, tampoco es que él necesitará en ese momento palabras mías, nuestra relación siempre fue más de presencia que de palabras, era nuestro modo de comunicarnos, sentir que estábamos allí, ambos, juntos, como para ablandar nuestra existencia. En un ataque desenfrenado de esos que me suelen dar, quise pedirle una foto a la niña por medio del padre, no podía perderlos de vista, estaba extasiado, quería observarla una eternidad, poder describir su figura con un pincel. Mi impulso fue sosegado por la idea de que era mejor así, imaginarla un poco, dejar que fluyese esa imagen en mi mente por segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años. Así que los vi alejarse, salieron de la panadería, el padre cogio una bicicleta y se la llevo. Pude ver a esa niña sonriendo, ella sólo sonreía, existía en ella una pureza indescriptible de los niños, muchos creen que la pureza reside sólo en la bondad, en lo bueno, en lo ingenuo, en lo infantil, y demás determinaciones equivocas, no es así. Lo puro se encuentra en los sentimientos y en las emociones intensas, todos aquellos que son realmente puros es porque poseen emociones verdaderas, ahí está el secreto de la pureza, de una emoción, un sentimiento verdadero. Sufrí por no poder decirle al padre que con una sola foto podría crear arte de ella, un arte que no se haría en años, pero que duraría siglos, eso quizás le sonaría a locura y terminaría alejándose. Así que decidí callar que su hija podría ser pintada en un lienzo a través de un mundo diferente al que hemos visto, una sonrisa pura, una felicidad que no es fingida, una riqueza en su animo, en su amor, en su piel, en su cuerpo famélico, podía ser descrita en un mundo mágico donde no existían hadas, princesas, reinas o fantasías mundanas, sino un mundo donde lo espiritual fuese reflejado como lo verdadero, un segmento verídico que inundaba el ser de cada persona, un sentimiento de ternura, que podría uno creer que el mundo es realmente bello, que no está desquebrajado, que no está roto, que no tiene grietas, poder pintarla en paisajes difusos que se sumen en una nube con vómitos de arcoíris, girasoles coloridos que se unen al cielo, peces volando hacia el infinito, ríos desbordantes de felicidad, de vida, de amor, donde las nubes crearían una escalera descendente de lianas, donde el ambiente sería boreal, donde existan engranajes espirituales abundantes de existencia eterna, donde los colibríes vuelan libremente picando el sol que derrama una lava incandescente que desprende luminosidad, donde la verdosa pradera pueda fertilizar gatos psicodélicos, donde la única construcción que haya sea de vida, donde el lienzo no sea ella, sino el mundo. Donde la vida es personificada, donde los suicidas querrán vivir, donde los poetas querrán morir, donde los artistas querrán no pintar, donde Wang-Fô querrá entrar, donde los arquitectos no querrán hacer diseños, donde el odio se extinguirá, donde el Grial desaparecerá, donde el amor perdurará, donde todo será eternidad.

Parajes De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora