Capítulo 3

400 37 7
                                    

Caminé por unas calles que,a pesar de todo el miedo que me habían provocado la noche anterior, no eran nada terroríficas; y anduve un rato hasta llegar a la orilla del río que mi abuela me sugirió no transitar. 

Pero ese lugar era en serio hermoso, el lugar perfecto para respirar profundo.

Caminé siguiendo la corriente hasta vislumbrar esa casona en que, según todo el pueblo, se reunían los malandros, y en donde pude ver a un hombre de cabello rubio tras la ventana de la casona. Su traje sastre, y la corbata que lucía, me aseguraron que no era un malandro, o al menos no un malandro cualquiera, su vestimenta era costosa.

Nuestros ojos se encontraron, y una punzada atravesó mi cabeza, obligándome a cerrar los ojos por algunos segundos pues el dolor era tan fuerte que incluso podía escuchar una especie de zumbido agudo.

De rato levanté la vista y el hombre no estaba más en la ventana, incluso la casa parecía un poco más descuidada que minutos atrás. Fue como ver un fantasma. 

Pensar en eso me hizo temblar. No es que creyera en esos cuentos, pero luego de lo de la noche anterior estaba lo suficientemente sensible como para no sentirme incomodo con cosas un tanto raras.

Volví a casa temprano. No tenía las energías de correr escapando de un loco, o de una alucinación, así que me dispuse a descansar lo que restaba del día. 

Pero descansar era una palabra que no me gustaba mucho. Prefería estar ocupado, de esa forma mi cabeza no tendría que caer en recuerdos o imaginaciones.

Comencé a desempacar, a adueñarme de una habitación que fue mía años atrás pero que, por casi seis años, no me había visto.

Puse libros en los muebles, la ropa en el closet, algunos cachivaches que adornaran la habitación y me tiré en la cama exhausto, abrazando un álbum de fotos que mi abuela me diera antes de haberme ido de la ciudad para estudiar la universidad.

Levanté las manos al cielo, sosteniendo el álbum con ellas, y miré la fotografía en la portada, una donde yo era un niño y estaba acompañado de los que me contó mi abuela eran mis padres y mis dos hermanos. 

No los recordaba, no recordaba nada de ellos, ni su nombre, ni su voz, ni siquiera recordaba haber pasado tiempo con ellos.

Mi abuela me contó que fui rescatado de un incendio. La casa de mi familia se quemó, todos murieron, excepto yo; me contó que pasé varios meses en el hospital, inconsciente, debido a mis múltiples heridas. 

Solo recordaba haber despertado en un hospital sin saber quién era yo o qué había pasado. Con solo una abuela a la que no conocía y un millón de pesadillas.

Cada noche soñaba con ese hombre de cabello oscuro, y ojos en el mismo tono, transformarse en un enorme lobo de color azul y ojos rojos que me perseguía intentando devorarme; entonces despertaba agitado y con mi pantorrilla ardiendo. 

De no ser porque sabía que esa enorme cicatriz era una quemadura, juraría por mi vida que había sido atacado por un perro, o tal vez un lobo.

Bajé el álbum y lo abracé a mi pecho, sintiendo esa dolorosa angustia que a veces me sofocaba. Cerré los ojos y me quedé dormido hasta que escuché la puerta de entrada cerrarse. 

Me levanté de la cama y bajé a la cocina donde esperaba encontrar a mi abuela quejándose porque no limpié la casa, pero no estaba.

«¿Aluciné el sonido de la puerta?» Me pregunté intentando no alarmarme. 

No me pondría a pensar que alguien, quizá quien me seguía, había conseguido entrar a mi casa. Prefería pensar que ya estaba loco.

Revisé cada rincón de la casa sin encontrar a nadie y casi respiré profundo, pero el sonido de algo cayendo en la segunda planta me robó la respiración.

Tomé una sartén de la cocina y subí lleno de temor. 

Aunque seguía repitiendo para mí que no había manera de que alguien hubiese subido sin que yo me diera cuenta, estaba aterrado de que alguien estuviera en mi hogar.

La casa estaba casi en penumbras, era bastante tarde, y mis nervios no me estaban ayudando nada en tranquilizarme. 

Noté que mis piernas temblaban, igual que la sartén entre mis manos, pero no volvería atrás, no saldría a la calle, no me expondría al loco que me seguía aún si otro loco había entrado a mi casa, porque en serio esperaba que no fuera el loco que me seguía el que entró a mi hogar.

Los sonidos venían de la habitación de mi abuela, parecía que alguien esculcaba sus cosas.

—¿Dónde está? —escuché en una desconocida voz y perdí la poca cordura que me quedaba. 

Abrí la puerta y me tiré encima al hombre que rebuscaba en los cajones de la abuela. Pero, antes de dar el sartenazo decisivo, cuando mis ojos se fijaron en la persona delante de mí, perdí la conciencia.

Lo último que vi fue a un hombre de estatura conocida, de cabellera rubia y piel más pálida que la mía, fijar sus rojizos ojos en mí.

* *

Desperté en mi habitación. Creyendo que todo había sido un mal sueño, sonreí como idiota, pero la sonrisa se terminó al ver a un hombre de cabellos rubio y ojos azules mirarme desde el mueble frente a mi cama.

—¿Quién eres? —pregunté incorporándome con rapidez, encogiendo mi cuerpo y abrazando mis rodillas—. ¿Qué haces aquí?, ¿quién te dejó entrar?

—Tranquilo, Gaara —pidió ese hombre que yo no conocía, pero que parecía conocerme bien—, Yo soy...

—¡Que bien que ya despertaste! —dijo la abuela, entrando a mi habitación—. No limpiaste la casa —reprochó. 

Iba a preguntarle quién era el hombre rubio, pero él ya no estaba. Comprobado, había enloquecido. 


Continúa...

SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora