Capítulo 4

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—Pareces nervioso —señaló la abuela Chío—, ¿has tenido más pesadillas? —preguntó y sonreí justo como me sentía, nervioso. 

Negué con la cabeza sin quitar mi idiota sonrisa de mi cara, lo último que quería era darle más preocupaciones a mi abuela.

»Eso es bueno —dijo—, por cierto, tu tío Naruto ha llegado mientras dormías, seguramente, no tardarás en encontrarte con él.

—¿Tío Naruto? —pregunté confuso. 

Hasta donde yo sabía, la abuela no tenía más familia que yo y yo ni siquiera recordaba a mi familia.

—No puedo creer que lo hayas olvidado —bufó—, ese sujeto es prácticamente inolvidable, con su cabellera rubia, sus ojos azules y esa enorme sonrisa siempre en su rostro... definitivamente no te olvidaste de él —terminó diciendo al conocer mi expresión. 

El sujeto que acaba de describir, al que llamaba mi tío Naruto, era justo quien había visto en la casona y en mi locura minutos atrás.

»Será mejor que bajes de una vez —dijo la abuela—, se te va a enfriar el desayuno.

—¿Desde cuándo el cereal se enfría? —cuestioné y recibí una mirada matona de la anciana cerca de la puerta.

—Te escuché —dijo y se fue. 

Yo respiré profundo y me ahogué con el aire que entró a mis pulmones cuando descubrí al supuesto tío Naruto recargado ahora en mi ventana.

—¿Qué... quién... cómo...?

—¿Te importaría terminar alguna de las preguntas? —preguntó usando una de esas enormes sonrisas que había mencionado mi abuela para burlarse de mí—. Bueno, no importa. Soy tu tío Naruto.

—No tengo un tío Naruto —aseguré provocando que su rostro fuera ahora seriedad.

—Eres un chico bastante perspicaz.

—No soy un chico —refunfuñé—, ya tengo veintitrés.

—Igual que yo —dijo en un tono alegrón—, añadiéndole dos ceros. 

Le miré con más extrañeza que curiosidad, él sonrió y terminó por decir—: Tengo dos mil trescientos años.

—¡Mentira! —exclamé. 

Le creía que tuviera mi edad, quizá tres o cinco años más, pero no había forma de creerle que tenía más de dos mil años. Ni siquiera le creía los trescientos.

—No es mentira —aseguró—, y de verdad necesito que me creas, aunque eso es solo si quieres salvar tu vida. Los Uchiha están tras de ti, de nuevo.

—¿Quiénes?

—El clan Uchiha, ya sabes... los perros apestosos que luego andan entre la gente caminando en dos patas y luciendo ridículamente atractivos.

—¿Quiénes? —repetí más asustado, casi había descrito mi peor pesadilla.

—Ya sabes, ojos y cabello oscuro, piel clara y esa sonrisa de ensueño que le lava el coco a todo el mundo.

—¿Quiénes? —volví a preguntar, pero esta vez casi divertido. 

La última descripción fue como escuchar a mi abuela hablar del chico que le gustaba.

—¡Hombres lobo! —dijo robándome toda la diversión—, los mismos hombres lobo que hace quince años mataron a tu familia y masacraron el pueblo donde vivías...

Las palabras del falso tío Naruto, de más de dos mil años de vida, me erizaron la piel mientras revolvían mi estómago y se metían dolorosamente en mi cabeza.

Lo que él decía era algo que yo desconocía, pero que estaba dispuesto a creer. Y la razón detrás de ello era sólo instinto, o locura, tal vez.

»Itachi despertó, vino a hacer lo que hace quince años no pudo... Te ha estado siguiendo en los últimos meses, supongo que estaba intentando asegurarse de que eras tú y fui a cometer la estupidez de confirmarle tu identidad.

—¿Por qué hiciste eso?

—Pensé que te atraparía y morirías.

—¡Y ahora va a matarme!

—No, eso es imposible, ya que lo maté la noche que te siguió —explicó el rubio sin inmutarse—, pero ahora tenemos otro problema, un muy grande problema. Sasuke quiere venganza.

—¿Quién es Sasuke?

—Es el líder del clan, y el hermano menor de Itachi.

—Ok, digamos que creo todo lo que estás diciendo, pero hay una cosa que no está del todo clara... ¿por qué un grupo de hombres lobo está tras de mí?

—Bueno, eso... son dos razones. La primera es que un clan de hombres lobos, que se digne de ser un gran clan, me refiero, no deja las cosas a medias. Eres un sobreviviente, algo así como su deshonra.

—Eso es muy estúpido —aseguré y tío Naruto asintió—, ¿cuál es la segunda razón?

—Que eres mi hijo.


Continúa...

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