Capítulo 8

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—No puedes hacer eso —dijo el rubio dejando de abrazarme.

—¿Dudas de mis capacidades? —pregunté fingiéndome ofendido. La verdad era que sabía perfectamente la intención de Naruto, él había utilizado la palabra poder en lugar de deber. Pero, aunque yo no debía hacerlo, querer hacerlo me daba las armas para poder hacer lo que yo quisiera—. Soy el príncipe, ¿recuerdas?

Exacto —dijo Naruto dejando la cama—. Eres el príncipe. Tu deber es velar por el bienestar del pueblo, no puedes renunciar a todo por alguien como yo.

—¿Alguien como tú? —pregunté molesto—. ¿Y cómo se supone que es alguien como tú?

—Soy un campesino huérfano —dijo Naruto algo que no era nuevo, era así como todo el pueblo le conocía—. No valgo la pena.

Las palabras de Naruto me enfurecieron. Entendía su postura, en serio que sí, pero no podía evitar el molestarme cuando se autodespresiaba de esa manera. Por eso le lancé el jarrón de la mesita al lado de la cama.

—Eres un imbécil —dije—. Yo puedo perdonarte todo, en serio todo, incluso te perdonaría si me cambias por alguien más; pero si tú insultas a la persona que yo amo, a la persona más importante de mi vida, jamás voy a perdonártelo. Y no es solo a ti, es para todo el mundo. Quien se atreva a agredir o dañar a Naruto Uzumaki conocerá mi furia.

Los hermosos ojos azules que yo adoraba se abrieron enormes mientras una expresión realmente linda le adornaba el rostro a ese rubio que yo amaba.

Naruto volvió a la cama, tirándose sobre mí como un cachorro feliz de ver a su amo. Yo me sentí feliz, y tranquilo. Lo abracé.

»Eres la persona que amo —le recordé—. Yo no tengo ningún deber más importante que ser feliz. Lo he decidido. Me casaré contigo y viviré feliz a tu lado.

—Yo no puedo darte los lujos y comodidades que tienes en el palacio —argumentó Naruto abrazado a mis piernas. 

Acaricié su cabeza deleitando mis dedos con la suavidad de sus cabellos.

—Yo sé eso y no me importa —aseguré sonriendo—. Sabes, he aprendido que el dinero te lo puede dar casi todo y, como mi familia es rica, he tenido absolutamente todo lo que el dinero puede dar. Pero no quiero más de eso, ahora quiero algo que ni todo el dinero del mundo me dará, la felicidad de estar con la persona que amo.

—No puedes arrepentirte de esto —advirtió Naruto cerrando sus ojos y ampliando su sonrisa.

—No lo haré nunca —prometí moviéndome hasta quedar con mi cara hundida en su cuello, abrazándome al cuerpo del chico que amaba y que me amaba.


* *


—Está bien —dijo mi padre a mi madre—. Si ese chico desaparece, a Gaara no le quedará nada más que seguir en la línea que dibujamos para él.

Cubrí mi boca, yo había pasado por casualidad fuera de la biblioteca y ahora espiaba una conversación que me concernía y me daba muy mala espina.

—Pero aun así —argumentó mi madre—. Entregarlo a los lobos es...

—Está bien. Gaara jamás imaginará que fue cosa nuestra. Nuestras conexiones con los licántropos son algo que no sabe ni sabrá nunca, no hasta que se convierta en Rey, para entonces no habrá marcha atrás.

—Sigo creyendo que no es buena idea —dijo mi madre—. Ofrezcámosle más dinero, o presionémoslo con el bienestar de Gaara. Si es verdad que lo ama renunciará a él.

—Es tarde para cambiar de opinión, mañana temprano él no existirá en este mundo —oí de mi padre y llevé mis pasos hasta mi habitación donde caminé en círculos intentando encontrar una solución.

Escapar del palacio no era algo fácil de hacer, mucho menos cuando recién había vuelto de una de mis escapadas; salir al siguiente día sería imposible y mandar a un sirviente a advertir a Naruto tampoco era opción, los sirvientes obedecían a mi padre ciegamente, por eso no obtendría ayuda de nadie.

Respiré profundo, mi única oportunidad era volver mis pasos por donde había venido. 

Mis padres lo descubrirían, seguro, pero eso no era importante, no si lograba salvar a Naruto. Después de todo podía ayudarle a salir de la cárcel, o entrar con él. Podríamos hacer cualquier cosa mientras estuviéramos con vida.

—Apártate —pedí a mi abuela que cubría el pasaje por el cual escapaba una vez por semana. 

Ella y yo éramos los únicos que lo conocíamos, ella me lo había mostrado cuando mis padres le negaron a Naruto el acceso al palacio y a mí la salida.

—Yo traicionaría a tus padres por tu felicidad, pero no permitiré que te expongas a semejante peligro —dijo.

—Naruto es fuerte, abuela. Pero solo no podrá con lo que sea que el Rey haya orquestado. También soy fuerte, juntos podremos con todo —aseguré—. Por favor apártate, si no logro salvarlo jamás voy a perdonarte.

La abuela Chío dudó, pero al final se decidió a confiar en mí, en él, en nosotros y la fuerza de nuestro amor. 

Ella, que había renunciado al hombre que amaba, y que se arrepentía profundamente de ello, nos ayudaba a Naruto y a mí para que no tuviéramos arrepentimientos que duraran para toda la vida. La vida de los vampiros era demasiado larga como para cargar esa clase de sentimientos.

Cuando llegué a la granja donde Naruto vivía no encontré a nadie, pero la renuencia de mi caballo a entrar al bosque me hizo saber dónde podría encontrar al amor de mi vida.

Corrí hasta donde él estaba, para encontrarlo entre una jauría de lobos. Peleé a su lado, hasta que una herida en el rostro de Sasuke direccionó toda la ira contra mí y corrí hasta donde Naruto, herido gravemente, quedara fuera de su ansias asesinas, fuera de su alcance.

Pero ellos eran muchos, y estaban coordinados. No tardaron en darme alcance, no tardaron en atraparme y despedazarme.

Mientras moría dolorosamente, pude ver a Naruto mirarme adolorido desde la copa de un árbol. Sonreí. Ver con vida al chico que amaba era definitivamente lo mejor a ver antes de morir.


Continúa...

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