Noche 5: Masaje.

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Después de una agotadora y casi nada productiva grabación, George Martin nos indicó que por fin habíamos acabado de doblar las voces para la nueva canción, así que por fin éramos libres. Miré el reloj de la pared del estudio: eran las cuatro y media de la mañana. 

   —Quiero quedarme a dormir aquí —se quejó Ringo, recargándose en su batería y cerrando los ojos. George dejó su guitarra en su estuche y tronó sus huesos antes de sonreír y sacar un chocolate de su saco—. Genial, te dejaremos de carnada para el fantasma del estudio —se burló éste, mordiendo su chocolate. 

   —A fin de cuentas solo eres el baterista —lo apoyó John, guiñándome un ojo y acercándose silenciosamente a la batería de Ringo. 

   —No caeré en esa broma de nuevo. Los fantasmas no existen —susurró Ringo, que parecía a punto de quedarse dormido. Dejé mi bajo en el piso con mucho cuidado de no hacer ruido justo en el momento en el que John tomaba a Ringo de los brazos, haciéndolo pegar un grito. George y yo comenzamos a partirnos de risa. 

   —¡Siempre caes, enano! —se burló John, quitándose las gafas para limpiarse lágrimas imaginarias. 

   —¡No es divertido! —se quejó Ringo, que había palidecido con el susto. El narizón se puso de pie y tomó su saco para comenzar a caminar hacia la puerta del estudio. Paramos de reír cuando la puerta se cerró detrás de Ringo. 

   —Ya se le pasará —George soltó un bostezo y estiró sus brazos—. Yo también me voy. Creo que voy a necesitar un masaje después de esto —George le dio una mordida final a su chocolate, tomó su saco y salió del estudio con aire somnoliento. John me sonrió. 

    —Solos de nuevo, señor McCartney —me dijo, levantando sus cejas. 

   —Ni lo pienses, estoy agotado. Además creo que Martin sí descubrió de qué estaba manchada la alfombra —John soltó una carcajada antes de arrojarme mi saco y un sombrero—. Te preocupas demasiado, Macca. Te van a salir arrugas —John me depositó un beso en la mejilla y salió del estudio riendo. 

   Después de asegurarme de que de verdad no tenía arrugas, salí del estudio después de apagar la luz. 

   Conduje hasta mi casa sin muchos ánimos. Todo lo que quería era meterme a mi cama a descansar tranquilamente y que nadie estuviera molestándome para tener que ir a trabajar al día siguiente. 

   Al llegar, arrojé mis llaves contra el sillón y fui a la cocina a servirme un poco de leche en un intento de cena. Ni bien pude llevar el vaso a mis labios en cuanto sentí a alguien tomándome fuertemente de los brazos y empujándome contra la estufa. 

   —¡No! ¡Suélteme! ¡Llévese lo que quiera! —chillé aterrorizado, con el sonido del vaso de vidrio estrellarse resonando en mi cerebro. De inmediato quien fuera que estuviera sujetándome comenzó a reír y se alejó de mi. 

   Era John. 

   —¡¿Qué te pasa, estúpido?! ¡¿Quieres que me de un infarto?! —grité. John estaba partiéndose de la risa contra mi mesa. 

   —¡Es más divertido que con Ringo! —se burló John, haciéndome enfurecer. John se reincorporó, aún sonriendo y me miró—. No te enfades, Macca— me pidió, tomando mi mano. 

   —Muérete, idiota —me quejé, alejándolo de mi y saliendo de la cocina con el corazón acelerado. Estúpido John. 

   Caminé hasta mi habitación pensando en la mejor forma de descuartizar a John en cuanto noté que éste estaba siguiéndome. 

    —¿Qué quieres? —le pregunté, cruzándome de brazos. 

   —Pues dormir ¿Qué otra cosa? —preguntó juguetonamente.

Treinta noches con John.  [McLennon]Where stories live. Discover now