Capítulo Once : Ausente.

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                                   [NARRA MAX]

                                   Ausente.

El teléfono sonó, agradecí que Lucas estuviera al otro lado.

—Dime que estás bromeando…¿te has ido?

La noticia corrió rápido, y se suponía que solo me iba por un par de días, luego estaría de vuelta, llevando de nuevo la oficina. Confiaba en mi amigo, así que le di mi puesto por setenta y dos horas.

—Tres días, Lucas, solo tres días. Yo no era consciente de este viaje, pero tengo que administrar el dinero de la sucursal de Cataluña —miré a una familia que empezó a hacer ruido muy cerca de donde me encontraba. —Quería mandarte a ti, y no me han dejado. Confío en ti, amigo, siempre confiaré en ti.

Se mantuvo callado, pensativo. Pensaba que el puesto le quedaba muy grande, y estaba muy equivocado. Lucas era un gran jefe, alguien listo que podía dar unas cuantas ordenes en mi oficina y tenerlos trabajando como cuando estaba bajo mi responsabilidad. El futuro padre apartó el teléfono del oído, podía imaginármelo e incluso cuando sacudía la cabeza.

 —¿Vas a ir a visitarla?

Tocó un tema que dejé apartado durante un año.

—Voy a casarme con Aurora, tengo que hablar con ella —esperé delante de la carretera que algún taxi se dignara a pasar. —Necesito que todo acabe. Cometí un error con veintidós años, y ahora fastidiará todos mis planes. ¿Crees que estará dispuesta a hablar conmigo?

—No lo sé, inténtalo. ¿Quieres pedirme algo más?

—Cuida de ella —me referí a la pequeña argentina—, por favor.

—Tranquilo, estaré al tanto, mandaré a Sara para que salgan juntas.

—Gracias.

Colgué la llamada cuando un taxista frenó delante de mí. Con el maletín en la mano hice una maniobra para poder abrir la puerta, asomé la cabeza y saludé con una sonrisa, tenía que ser educado con todos.

Bon dia, ¿a on el porto?

—Cerca de plaza España está bien.

Mirando la ciudad asombrado como siempre, me vino en mente Aurora, a ella le hubiera encantado conocer la ciudad y estar todo el día de compras. Después del casi accidente que tuvo no podía permitir que viniera conmigo, estaba preocupado así que preferí que guardara reposo junto a mi madre que la cuidaría sin dudar.

Estaba a punto de llegar a la mejor joyería de la ciudad, mi prometida se merecía el mejor anillo para su pequeño dedo. Iba muy en serio con el tema de la boda, quería pisar una iglesia lo más rápido posible. Ella seguía con la idea de proteger a su padre, y yo cada vez sospechaba más de los negocios de la familia Vázquez. Aurora era tan dulce como el caramelo, una chica preciosa con ganas de ayudar a quienes menos tenían, y de su padre podía llegar a pensar lo mismo, pero todos teníamos un lado que esconder a las personas que tanto amábamos.

Pagué al amable taxista, y antes de reunirme con el hombre de la joyería, crucé la calle llegando hasta una enorme tienda de juguetes. A la argentina le encantaban los peluches, con ellos se sentía protegida incluso cuando mis brazos la arroparon un par de veces. Pedí el más grande y lo llevé por todo el camino con una mano y arrastrándolo por el rojo lazo.

Dulce PasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora