Extra

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Esta es la historia de cómo Dinah llegó al manicomio.

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Mi vida ha sido desde pequeña siempre enferma, si no por una cosa por otra.

He sido tímida y quería pasar desapercibida para no llamar la atención.
He estado tomando antidepresivos desde hace dos años, por lo menos. Cuando estaba más relajada me daban crisis de ansiedad. Me engarrotaba y llegaba a perder el conocimiento, al otro día no me podía levantar de la cama.

Este verano llegué a tal punto que ya no quería vivir. Me encontraba en un pozo que no podía salir de él. Hacía por levantarme para que mis hermanos y mis padres no me vieran como yo estaba, pero no tenía fuerzas. Decidí seguir así, no tenía otra opción, ya que, si quería ir con algún especialista o lo que sea, mis padres se enterarían, y si vuelvo con mi médico, lo único que haría sería cambiarme el tratamiento.

En la escuela hablaba con mi mejor amiga, Elizabeth. Ella me ayuda a sacar algunas cosas que tenía guardadas en mi mente, las que tenia apartadas. Le comenté que por no desagradar, siempre hacia lo que los demás querían, y ella me dijo que eso estaba mal. Me dijo que yo tenía que hacer las cosas que yo quería, pero al final no lo hacía. Poco a poco intento hacer las cosas mejor, pero como siempre, vuelvo a caer en el mismo hoyo.

Los medicamentos no están haciendo efecto en mi organismo, lo más probable sea porque las he consumido demasiado tiempo. En las noches, me invade un terrible sentimiento de tristeza y malestar, ocasionando que no pueda dormir.

No tengo ganas de nada. Ni de nadie. Me pregunto qué sentido tiene seguir. Para qué levantarme, todo está mal, todo va mal, no puedo. Este pensamiento me persigue todo el día. No quiero vestirme, ni ver a nadie, porque aunque les quiero y sé que me quieren, no puedo. No quiero que sufran, que me vean así. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué me pasa? Creía que era una persona fuerte. Siempre he luchado con todo, por todo, consiguiendo mis propósitos y ahora qué me pasa, no puedo. Mi cerebro sólo piensa en esto.

Lloro, no tengo ganas ni de mirarme en el espejo. Estoy cansada y sigo llorando. No tengo hambre. El estómago lo tengo cerrado. Llevo días así. Parece como si el mundo funcionara a otra velocidad. Me siento ajena a la realidad. Cuando consigo ducharme y vestirme salgo a la calle. Me cuesta andar, pero sé que debo hacerlo. No quiero ver a nadie, ni encontrarme a alguna persona conocida.

Quiero estar sóla, cerrada, conmigo misma. No tengo ilusión por nada ni nadie. Solo quiero estar rodeada por mi soledad, por ese silencio que todas las noches hay en mi habitación.

Cuando entro al colegio, escucho algunos susurros, como si le estuvieran hablando al oído. Tengo la cabeza agachada, no la puedo levantar. Mi cabeza va a explotar. Los susurros se convierten en pláticas, y las pláticas en gritos, gritos que me juzgan, que me atormentan, que me hieren.

Llego al salón de clases y me siento en mi lugar. Sigo sintiendo las mirada en mi, y los susurros siguen siendo susurros. En el almuerzo quería estar sola, pero Elizabeth siempre insistía en sentarse conmigo. No comía, mi apetito desapareció desde hace unos días, o semanas, no lo recuerdo, puede incluso haber desaparecido hace unos meses. Cuando miraba a Elizabeth, veía en sus ojos tristeza, por mí, por mi sufrimiento, por mi estado. Yo no le decía nada, no sabia que decir.

Elizabeth: ¿no vas a comer? - me preguntó.

Dinah: no tengo hambre.

Elizabeth: eso me llevas diciendo hace unas semanas.

Dinah: es que es cierto, no tengo apetito - dije cortantemente.

Elizabeth: hoy en la tarde vendrás conmigo a mi casa.

Enamorada de una suicida (CAMREN) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora