C L I C K 1

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—¡Elías, no te olvides de pasarte mañana, me lo debes! —me grita Gaspar, mi contratista, desde dentro de la galería.

Ruedo los ojos y acomodo mi pesado bolso de cuero, cargado con todo mi equipo fotográfico.

—¡Jamás, amigo! ¡Eso nunca sucederá! —respondo con una risa, mientras escucho su carcajada y su despedida de "hasta luego".

Camino por las empinadas calles de Cuba, donde la luz del atardecer golpea cada pared de los antiguos y turísticos edificios. Suspiro admirando la belleza del paisaje y me quito la camisa pegada a mi piel, irritada por el calor. Aunque un poco incómodo, no puedo dejar de sentirme feliz, esto es parte del paquete. Vacaciones y un poco de trabajo extra, además de seguir disfrutando de estos lugares.

De repente, mi mirada se eleva y quedo impresionado por el contraste entre una antigua reja y la luminosidad anaranjada que resalta contra los ladrillos del edificio. No pierdo ni un segundo y saco rápidamente mi cámara, colocando el ojo en el visor.

Justo cuando tengo mi objetivo en la mira, un destello golpea el cristal y arruina mi trabajo.

—¡Maldición!

Digo eso sin apartar la vista del objetivo, porque veo lo que arruinó una buena toma.

Una cabellera rubia se ondea con la brisa y lo primero que noto es su elegancia al colocarse en el balcón. Su mano acaricia sus carnosos labios y quedo hipnotizado por la sensualidad que emana de una acción tan simple.

Trago saliva cuando sus grandes ojos se cruzan con los míos a través de la cámara, y sus dedos largos y delicados se deslizan dentro de su boca de la forma más exquisita. Esa provocación eriza hasta los cabellos de mi nuca y más allá, despierta sensaciones en mi cuerpo.

Mi dedo presiona desesperadamente el disparador, sin preocuparme por mi profesionalismo en ese momento. "Me importa un carajo las fotos", me digo a mí mismo, usando eso como excusa para quedarme aquí parado como un completo idiota.

Y tan rápido como apareció, su boca se curva en una sonrisa y la pierdo de vista.

Bajo mi cámara, aun sosteniéndola en mis manos, mientras suspiro.

—Vaya.

Sonrío y finalmente decido dirigirme a casa.

Al día siguiente, aprovecho la mañana para explorar otros rincones de la ciudad. Los recuerdos de esos ojos, labios y manos en esa acción tan ardiente siguen surgiendo una y otra vez, sin cesar.

Intento sacudir esos pensamientos y continuar por mi cuenta, al menos para no parecer un completo imbécil o, peor aún, un idiota caliente.

Cuando cae la noche, visito el lugar que Gaspar me ha señalado en un mensaje. Es una antigua catedral que se alza frente a mí, sus altos portones se abren para dar la bienvenida a los visitantes.

Mi amigo me ha dicho que es un sitio antiguo y turístico, por lo que a estas horas no suele haber mucha gente, lo que lo convierte en el escenario perfecto para capturar mis fotografías.

Me agacho y dejo mi bolso en el suelo para sacar el resto de mis dispositivos. De repente, escucho el ruido de piedras moviéndose detrás de mí. Levanto la cabeza y distingo una sombra detrás de la reja, y luego veo claramente el cuerpo del intruso.

"La chica del balcón".

Mis labios se humedecen de repente y entrecierro mis ojos claros mientras estudio su mirada, su pecho, caderas, piernas y pies, y vuelvo de nuevo. Es hermosa y su rostro muestra una pizca de travesura. Muerde su labio inferior y, sin darme cuenta, ya estoy de pie dirigiéndome hacia ella.

Al diablo con no creer en el amor a primera vista, porque mi instinto no entiende de razones.

Al acercarme a ella, me coloco a solo un paso de su figura y pongo mis manos alrededor de los barrotes, sujetándome a ambos lados de su cabeza, como si me controlara para evitar un acto inapropiado. Rápidamente, recorro su figura con la mirada hasta que sus labios me detienen...

—Continúa lo que no has comenzado, e imagina lo que aún no has hecho.

Me dice y me quedo perplejo. Aunque mi sorpresa dura solo un segundo, porque mi bestia interior rugiente toma el control y se apodera de mi autocontrol.

Luego, llevo mis manos hacia atrás, deslizándolas por sus muslos y su trasero, hasta llegar al límite de sus jeans. Mis dedos mayores se adentran y bajan para liberar sus partes más íntimas. Sin dudarlo, ella sella mi boca con un beso desesperado y pausado. Es exquisito y agrega un toque extra de calentura.

Sus manos se aferran a mis anchos hombros y, sin titubear, la levanto y la presiono contra la reja. Casi sin vacilar, ella libera mi miembro ya erecto. Interrumpimos nuestro beso cuando ella me mira, pidiendo un permiso silencioso. Ambos parecemos viejos conocidos, ya que sin palabras notamos la confianza en nuestros cuidados. Pasan unos minutos y ella me guía hacia su interior.

Eleva sus caderas mientras me recibe por completo y ambos llenamos el silencio con gemidos de placer.

—Click.

Creo que hablo para mí mismo, pero me doy cuenta de mi error cuando sus ojos me estudian, llenos de alegría y lujuria.

—Click.

Repite conmigo mientras nos entregamos a un lento y descarado placer, embistiéndola con más fuerza.


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