5 Í n d i g a

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Esa noche, las cosas salieron sorprendentemente bien.

Bueno, digamos que "bien" es una palabra controvertida, una palabra que encierra y oculta verdades, una máscara perfecta con muchos sinónimos.

La gente tiende a decir palabras estúpidas, y "bien" es una de ellas, ocultando una gran mentira detrás. Es como cuando alguien no recoge la suciedad que ha barrido y la esconde debajo de una alfombra.

Es decir, algo que realmente no quieres decir o no sientes, y lo ocultas. Escondes la mugre que debería estar fuera.

En mi opinión, siempre hay que buscar lo positivo. Y de alguna manera, lo amargo de la noche aún no ha desaparecido por completo; es como un trago de licor que deja al final una gota imperceptible y dulce, que lames sin darte cuenta. Y esa dulzura, esa última gota, para mí, tiene un nombre... Sia.

¿Por qué se parece tanto a ella y al mismo tiempo me confunde? Pueden llamarme retardado o paranoico, pero me siento tan desequilibrado al no poder aclarar mis propios recuerdos. Mi memoria parece fallar de repente, sin reconocer a la mujer que cambió mi vida por completo. Mi abuelo solía decir cosas así cuando se despejaba del alcohol: "Escucha, querido mío, recuerda bien, porque será el legado que te dejo cuando mi cuerpo. Y esto, no lo resistas."

Sí, "esto" se refería a su pene. Mi abuelo se negaba a aceptar el paso del tiempo, nunca quiso reconocer que la juventud se desvanece, quería seguir aprovechando cada oportunidad. ¿Les mencioné que mi familia materna no era del todo normal, verdad?

En fin, en la época actual me encuentro sentado frente a mi escritorio, golpeando el talón al ritmo de la música, mientras observo mi computadora desde lejos. Recojo mi cabello con una goma que suelo llevar en la muñeca derecha, jugando un poco con ella antes de sujetar mi cabello. Es una manía que tengo, cada vez que la frustración se apodera de mí.

Bufé mientras me estiraba.

Estoy bastante frustrado, la verdad. No estoy emocionado por el trabajo de oficina con modelos escandalosas. ¡Oh, lo que me espera! Todo este lío apenas comienza.

La puerta se golpea y alguien entra en mi estudio. Los pasos rápidos y llenos de adrenalina me hacen adivinar quién es el propietario de ese ánimo tan exaltado.

Gastón.

Giro la cabeza y lo veo detrás de mi hombro, sentándose de manera desgarbada. Se deja caer hacia atrás en el sofá, mostrando su estrés. Sus brazos están abiertos, muy relajado.

Pasamos unos minutos en silencio, hasta que mi amigo levanta la cabeza, dejando de descansar y comenzando a analizarme con una de sus miradas perversas. Sus ojos se entrecierran y aparecen las arrugas alrededor de ellos, que se extienden desde un extremo hasta el otro, evidenciando sus cuarenta y tantos años. Su forma de mirar implica que algo quiere o que hay un soborno implícito.

—Dilo, vamos.

Sonríe y se endereza en su asiento, frota sus manos y luego me mira directamente, sin rodeos:

—Eres un imbécil con mucha, mucha suerte —dijo tranquilamente, esperando más reacción de mi parte—. Héctor acaba de romper con Ingrid y quería hablar contigo, oh, tranquilo —iba a protestar, pero sus manos en el aire me detuvieron—, shh, para; ella se encargó de cubrirte hoy de todos modos, él se lo creyó y le confirmó el contrato con ellos. Ahora estás en su agencia y dice que piensa en ti, y qué juntos lograrán una campaña magistral y muy profunda.

El idiota se ríe sin reservas, mordiéndose el labio, tratando de ocultarse de mí. Yo siseo entre dientes.

—¡Vaya, eres un maldito!

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