El chico de oro

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Pff, aquí vamos. Me compadezco de mí mismo por anticipado, incluso antes de verlo de pie en medio del gran salón como un modelo de revista.

«A la mierda, me voy...»

—¡Oh, pero miren quién ha llegado! ¡Es hermoso! ¡Elías!

Me detengo abruptamente al escuchar su voz parlanchina a mis espaldas. Aprieto los ojos y los dientes, y luego suspiro antes de darme la vuelta.

Ahí está, el dueño de mis pesadillas. Juro que no habrá suficiente vida para que me desquite con Gastón e Ingrid.

Reúno mi temple mientras él se acerca a solo unos pasos de distancia y finjo una sonrisa. Odio tanto esta hipocresía.

—¿Qué tal? ¡Al fin has caído a mis pies! Uf, he prescindido de tus servicios por mucho tiempo.

Se detiene y cuando lo veo acercarse, extiendo apresuradamente mi mano, lo cual provoca una mueca en su rostro mientras de manera extraña analiza una parte de mi cuerpo. Cuando finalmente reacciona, acepta el saludo con un apretón suave y cariñoso, muy empalagoso.
Suelto su mano rápidamente.

—¿Cómo va Héctor? He venido por mi tarea y me voy.

—Ay, no, ven. Siempre tan brusco. Te invito a tomar algo, hoy estoy celebrando el lanzamiento. Y serás el que le dé el toque final de brillo, obviamente.

No hay tiempo para negativas cuando me deja solo para que lo siga. Sacudo la cabeza soltando improperios por lo bajo y continúo detrás de él. Mis pasos resuenan pesados en el suelo lustrado, mientras las paredes impecables y blancas parecen cerrarse a mi alrededor.

Respiro pesadamente una vez más mientras ajusto el cuello de mi camisa, que parece apretar mi garganta.

Al ver pasar a una camarera a mi lado, levanto rápidamente el índice para alcanzar una copa y la bebo de un solo sorbo. Sonrío al devolverla a su bandeja, mientras lucho por no clavar el objeto en la nuca rubia de Héctor.

Después de seguir con toda esta farsa por un tiempo, quiero irme. Mi rostro, en primer lugar mis labios, luce ridículo con la sonrisa falsa que debo mantener para todos, especialmente para mi nuevo contratista, Héctor.

Y algo de lo que estoy seguro es que, si no silencia su enorme y tratado hocico, lo devoraré en rebanadas, al estilo Hannibal.

Me digo a mí mismo y sigo bebiendo, mientras él estira por décima o milésima vez sus dedos para masajear mi hombro y luego se desliza hacia la base de mi clavícula.

Cierro los ojos y comienzo mi cuenta regresiva. Una vez más medito para no complicar la noche y ponerle el broche de oro.

📷📷📷

Ya no sonrío, en cambio, una risa idiota se apodera de mí. Estoy en un estado en el que la embriaguez convierte a Héctor en un ídolo. Algo que un Elías sobrio no haría. Jamás.

Sigo su ritmo, sus conversaciones refinadas e incluso su egolatría hacia mí. Asiento con la cabeza cada dos por tres, fingiendo interés, aunque mi mente está en otro lado. Él presenta a cada miembro del brindis como "su" nuevo fotógrafo para su lanzamiento.

Llevo el primer vaso de vodka a mis labios, aunque es solo el comienzo de una bebida más fuerte, sin mencionar las veinte copas de burbujas que he tomado anteriormente.

Carraspeo para intentar escuchar las voces de la ronda en la que casualmente me encuentro. Me balanceo distraído sobre mis pies y meto una mano en mi bolsillo, apretando mi puño en secreto.

«Esto es una tontería, nunca debí aceptar.»

Me digo a mí mismo internamente mientras bebo otro trago. Mientras tanto, el presentador de la ceremonia anuncia al próximo artista para entretener a estos holgazanes. Presiono mis labios y continúo bebiendo.

—¡Oh, preciosa!

Abro un poco los ojos, un tanto impresionado por las palabras de Héctor, quien ahora aplaude ligeramente, mientras ve uno o dos pares de ojos dirigirse hacia el escenario montado en el salón.

Giro sobre mí mismo para ver lo que está llamando tanto la atención de los invitados y su anfitrión.

«¡Dios mío, qué sorpresa!»

Piensos apresuradamente mientras siento que mis piernas flaquean, presintiendo el peso de la gravedad que me atrae.

Hablo en voz baja.

—Oh, no puedo creerlo.

—Oh, oh, sí, considéralo, Elías. ¿De qué hablas? Te has vuelto pálido, ¿o son las luces? —El rubio y pretencioso detiene su charla cuando me ve alarmado.

No respondo, ni hago ninguna otra acción. Apenas logro mantenerme de pie, aunque poco a poco mis rodillas ceden y coloco mis manos sobre ellas.

Y sin nada mejor que hacer, me río. No importa lo loco que parezca.

La mujer que está de espaldas a nosotros tiene una piel increíblemente suave que hace cosquillas en mis labios, y noto que su cabello es del mismo tono que aún guardo en mis pensamientos. Incluso, si me permito divagar un poco más, siento que podría tenerlo entre mis dedos.

El tono de mi voz y mi risa llegan a los oídos de los invitados cercanos y a los que están a mi alrededor. Me arrepiento mientras la tos me ataca y presiono un lado de mi estómago.

—Ah...—mi diversión absurda e incrédula se desvanece—. No puede ser cierto.



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