Reto #3. Justiciera.

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Es una ridiculez completa.

Me han ultrajado, humillado, casi asesinado y encarcelado, ¿y ahora necesitan mi ayuda? Puedo ser una soñadora compulsiva, pero ni en mis fantasías más locas imaginé que se presentaran a mi celda con el rabo entre las piernas, rogando para que los ampare.

¿Cuántos presidiarios podían decir que un representante de las Naciones Unidas se había arrodillado ante ellos y suplicado? Solo yo, y había sido reconfortante verlo ahí, hincado en sus rodillas, con su impoluto traje y ojos de ternera a punto de ser degollada, pero eso no bastaba para olvidar las injusticias cometidas.

Cuando descubrí que si le arrebatabas la vida a alguien todos sus puntos de suerte se convertían en tuyos, no lo dudé y comencé una maratón de asesinatos. Claro que no sacrifiqué inocentes a diestra y siniestra, mi objetivo eran esos que no obraban bien. Violadores, traficantes, ladrones, todos ellos eran ejecutados bajo el filo de mi espada.

En realidad utilizaba un revolver, pero déjame ser dramática por un momento.

Pronto me convertí en asesina a sueldo; casi nadie sabía acerca de la transacción de puntos muertos y no todo el mundo está dispuesto a ensuciar sus manos para saldar cuentas, así que decidí cobrar y callar. Obtuve dinero y puntos de suerte que atesoré con mi vida mientras los demás los derrochaban.

Me dijeron que actualmente soy la persona con más puntos del mundo.

Ahora que todo está colapsando, que la velocidad de reproducción de la humanidad ha aumentado exponencialmente y la escasez de comida es intolerable, pretenden que yo utilice mis puntos de suerte para salvarlos. Y no solo los que gané por mi honrado trabajo, también quieren arrebatarme ese punto que ha sido depositado en mi cuenta por cada día que he vivido.

¿Qué han hecho ellos por mí? Oh, sí, encarcelarme por hacerle el gran favor al mundo de eliminar a ese bastardo abusador de menores que tanto veían en las noticias. 

Y a los otros treinta y siete.

Aquí encerrada estoy más que bien. Tengo dos comidas al día, puedo leer las noticias a la sombra de un árbol en esas horas que nos dejan salir a tomar aire fresco y, si olvido a ese malnacido que intentó violarme al segundo día de estar aquí —la recompensa por su vida fueron nada más y nada menos que mil puntos—, los presos son pacíficos y muy buenos jugando baloncesto.

Puedo quedarme aquí y dejar que el mundo se pudra gracias al daño que le han causado. No voy a mover un centímetro de mi cuerpo para salvar a nadie más que a mí.

¿Saben qué? Creo que sí los ayudaré.

Pero primero dejaré que sufran.

RR LyraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora