CRISALYS

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Mantener la guardia por si esa cosa volvía mientras escuchaba los alaridos de muerte que la brisa nocturna arrastraba hasta él desde Uleh no ayudó a Khastor a pegar a ojo en toda la noche.

Se desperezó estirando sus miembros hasta apoyar las manos con firmeza en el entibado que pendía sobre su cabeza. Inspiró con fuerza el aire fresco de la mañana que los conductos de ventilación llevaban hasta el cubículo y casi desencajó su mandíbula en un ostentoso bostezo. Observó con ternura a su hijo, que permanecía tumbado junto a Yursus, ambos profundamente dormidos. Le sorprendió la candidez e inocencia de su rostro cuando se mostraba relajado, sumido en el profundo sueño que protegía su mente de todos los problemas que los acuciaban.

Decidió salir del escondrijo discretamente para evitar despertarlos. Lentamente subió los peldaños que lo separaban de la trampilla. Desplazó los postigos y trató de izarla sin éxito. Lo intentó de nuevo, esta vez con más fuerza, pero, para su asombro, la portezuela parecía pesar un sillar.

—¡Maldita sea! —protestó.

—¿Qué... qué ocurre? —la voz queda de Álastor sonó suave desde su rincón.

—Creo que estamos atrapados. Al parecer hay muchos escombros sobre nosotros y la trampilla no cede.

—¿Puedo ayudar? —se ofreció, alzándose como un felino.

—En las escaleras solo hay espacio para uno. Nos molestaríamos, pero si quieres intentarlo...

Álastor sustituyó a su padre y se esforzó por someter a la portezuela, pero esta se mantuvo inmóvil como si fuera de granito.

—¡Dioses!, ¿qué hacemos ahora? —se preguntó, impotente.

—Creo que puedo hacer algo.

Padre e hijo prestaron atención al oscuro rincón donde Yursus, sentado contra la pared, se frotaba con desgana los ojos irritados por el sueño.

—¿Cómo? —cuestionó Khastor sin entender qué podía aportar aquel escuálido y enfermizo cuerpecillo en aquella angustiosa situación.

—Vamos, vamos —los apremió agitando las manos para que se apartaran—. Dejadme espacio.

—Parece que no te has levantado de buen humor —apostilló Álastor sonriente.

—No cuando cae una cortina de polvo sobre tu boca abierta mientras duermes —contestó mientras ponía toda su atención en el techo. Álastor se sintió aliviado al ver la mirada hechizante de su amigo. Siempre suponía el preludio de algo sorprendente.

—Por favor, ahora no habléis —solicitó en un susurro.

Los herreros contuvieron la respiración para facilitar su concentración.

Una serie de ruidos pesados y toscos rompieron el silencio como si algo o alguien arrastrara piedras sobre sus cabezas, y, tras unos segundos, una segunda oleada de golpes contundentes retumbó por encima del refugio.

Soy Yunque: Las dos lunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora