LA TORRE DE LOS CINCO REYES

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Al abrir los ojos se encontró tumbado bocabajo. La posición le resultó algo incómoda, aunque no tanto como el indescriptible latigazo doloroso que recorrió cada rincón de su cuerpo cuando intentó darse la vuelta. La espalda le ardía hasta hacerle estremecer. En un ingente esfuerzo contempló su torso para comprobar que sus carnes abiertas habían sido curadas, suturadas y fuertemente vendadas hasta el punto de dificultarle la respiración.

—¡Loados sean los dioses! —escuchó de labios de alguien cuya voz le resultó inexplicablemente apacible y sedante—. ¡Mi pequeño saco de huesos se ha despertado!

—Hola, Nazary —murmuró atolondrado—. ¿Qué... qué ha ocurrido?

—¿No lo recuerdas? —le susurró amorosa al oído mientras le acariciaba con ternura sus cabellos—. Ese horrible verdugo, los dioses se lo lleven al inframundo, hizo efectiva la sentencia del rey castigándote con cinco latigazos. ¡Casi parecía que disfrutaba! —Las palabras se le quebraron en los labios, sollozando al recordar—. Cuando te soltaron parecías un muñeco de trapo al que hubieren sacado el relleno. Creí que te había matado. Las heridas te provocaron altas fiebres y...

—Ya pasó, Nazary —terció, besando sus labios humedecidos en lágrimas—. No te preocupes más.

Cerró los ojos, abandonándose al placentero tacto de los dedos de su doncella, jugueteando con sus mechones, hasta que un desagradable pensamiento sacudió su reposo. Cuando se alzó entre temblores el dolor aumentó hasta lo inhumano.

—¡Álastor...! ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente? —preguntó con el rostro desencajado. La imagen de su amigo, ciego, alejándose tras los barrotes en aquella carreta como un vulgar ladrón rumbo a su ejecución, fustigó su mente con la misma saña con que el látigo lo había hecho con su espalda.

—Cinco días —respondió otra voz femenina a sus espaldas. Yursus se giró sorprendido, buscando a su nueva interlocutora. La encontró apoyada junto a un enorme ventanal, con la mirada relajada, atrapada en algún punto del paisaje. La luz de la mañana bañaba su bellísimo rostro acentuando su palidez y el brillo de sus ojos de menta, mientras la fresca brisa jugueteaba con los negros mechones de su flequillo haciéndole parpadear. Cuando con gracia se los apartó de la cara, le pareció que sonreía.

—¡Disculpad mi torpeza, Alteza! —pidió—. No me había percatado de vuestra presencia.

—No hay nada que perdonar, Yursus —respondió Alía sin dejar de mirar al infinito—. Tal y como Nazary te ha contado, has estado muy grave y con mucha fiebre. Por suerte para todos, Yeseth ha hecho un trabajo encomiable sin separarse de tu lado hasta dejar tu vida fuera de peligro. Él asegura que, pese a que tu cuerpo es sorprendentemente débil, lo sustenta un alma sorprendentemente fuerte. Y aunque necesitarás muchas semanas de recuperación, lo peor ya ha pasado. Te recuperarás.

—¿Qué ha sido de él? ¿Cómo ha...? —Yursus no pudo continuar sin reprimir un gemido lastimero al recordar el funesto destino de su amigo.

—Desde el primer momento en que mis ojos se cruzaron con los suyos, supe que era especial —musitó Alía, sonriendo embobada a las nubes.

Soy Yunque: Las dos lunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora