EL MAL SE PREPARA

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El sol consumía los últimos minutos de la tarde recorriendo el cielo presuroso hacia su encuentro con el horizonte. Las sombras de los árboles comenzaban a alargarse, acompañadas de un descenso en la temperatura que obligó a Tramsik a hacer una pausa en sus trabajos en la pequeña huerta junto a su cabaña de madera. Tras varias horas doblando el espinazo, se estiró, arqueó la espalda y se masajeó los riñones. Oteó el horizonte y sonrió.

Su pequeño hogar estaba situado en un emplazamiento privilegiado, a las afueras de Uleh, en lo alto de un cerro jalonado de frondosos abetos, álamos y abedules. Desde la entrada podía distinguir en la distancia el palacio de Nakanya, envuelto en sus tres murallas, altísimo, blanco y majestuoso en mitad del amplio valle, refulgiendo como una espada que apunta al cielo con la luz del atardecer. Extendido como una alfombra a su alrededor, reparó en la belleza del complejo entramado de casitas que formaban la capital. Una ciudad rodeada a su vez por un denso bosque que se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Tramsik estaba orgulloso de haberse mudado a aquella atalaya a la que llamaba hogar, pues las masas y el gentío desordenado de la ciudad siempre le habían hecho sentir incómodo. Pero en lo alto de aquel penacho, con su casita de madera, su pequeña chimenea y su huerto, se sentía el hombre más afortunado del mundo viviendo de lo que le entregaba la madre tierra y de lo que podía ganar en el mercado cuando bajaba a la capital para vender sus productos de artesanía.

Y así estaba, contemplando relajadamente sus vistas, cuando un horrible sonido gutural lo puso en alerta. Un gruñido que no pertenecía a ningún animal que conociera. Sonó muy cerca, escondido entre la espesa barrera de abetos que bordeaban el claro frente a su casa. Unos helechos se zarandearon, y de nuevo aquel rugido de ultratumba rasgó el aire haciendo que su vello se erizara de espanto. Tramsik retrocedió unos pasos al ver salir de entre las sombras a dos lobos bicéfalos tan grandes como caballos, con sus fauces plateadas como cuchillos y con llamas escarlatas en las cuencas donde debían estar los ojos. Quiso huir, pero el pánico paralizó su cuerpo, dejándolo a merced de aquellas criaturas de pesadilla que se acercaban más y más. Solo podía mover los ojos. Estaba totalmente inerte. Las bestias estaban ya junto a él, dando vueltas a su alrededor, regocijándose, esperando el momento de darle un zarpazo mortal.

Entonces lo vio.

Una tercera figura emergió de entre la arboleda. Era un espectro ensotanado de una estatura espectacular, con una pesada armadura plomiza grabada con extraños símbolos bajo la capa negra. Un ancho capuchón cubría totalmente su cabeza, sin dejar entrever bajo este otra cosa que oscuridad. Cada paso que daba iba acompañado de un estruendo metálico que sacudía el suelo. Se acercaba con la mano izquierda ligeramente alzada, y comprendió que era él quien lo mantenía paralizado por algún tipo de control mágico, sometiendo el instinto primario de huir a su voluntad. La sensación de no ser dueño de sí mismo aumentó su pavor.

Tramsik intentó abrir la boca sin conseguirlo. Un interrogante atormentaba su cabeza: «¿Qué quiere de mí?». El espectro estaba justo delante de él, con las bestias de pesadilla cada vez más nerviosas flanqueando sus costados, babeando sobre su cabeza.

Soy Yunque: Las dos lunasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora