1. NOSOTROS

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Arrullo de estrellas - Zoé


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Las olas del mar nos arrullan como cada noche. Ella... mi ángel -como la nombro en mi mente-, duerme plácida y sin problemas justo frente a mí como lo ha hecho desde hace poco más de cuatro años.

Acaricio su brazo desnudo, solo trae puesto un camisón delgado. Es tan hermosa, tan inigualable. La escucho respirar, duerme profundamente, así ha sido este embarazo a diferencia de los otros dos.

Sí, dos.

Ian fue el primero en llegar justo nueve meses después de que nos reencontráramos y vaya susto que me sacó. Kyana tuvo una labor de parto de muchas horas.

Cierro los ojos y puedo revivir ese momento como otros miles a su lado, no obstante, ese fue en el que mayor miedo ha generado en toda mi vida. El bebé era grande, como yo, y ella, menuda, de hueso pequeño. Sufrió demasiado.

Al final lo logró, como todo, como siempre, pero verla llorar, sudar de aquella manera, gritar una y otra vez, no fue fácil. En ese momento hubiera dado lo que fuera por cambiar de lugar y ser yo quien sintiera ese espantoso dolor.

Odiaba y odio cualquier cosa que la pueda afectar.

Al dar a luz, debido al enorme esfuerzo, su presión bajó estrepitosamente perdiendo el sentido casi de inmediato, a eso es a lo que me refiero con «terror».

Todo un equipo de enfermeras y médicos entraron, varios minutos después la hicieron volver. No puedo describir lo que sentí. Mi cuerpo se paralizó y sólo pude pensar que mi esencia vital no abría los párpados, que mi motivo principal se encontraba sumergida en un sueño del que no podía regresar.

Kyana se descompensó debido a lo mucho que le costó expulsar a Ian, por lo que sugirieron que permaneciera en observación un par de días ahí, en el hospital. Estaba tan pálida, tan agotada y aun así, sonreía desesperada por tener de una vez a nuestro hijo entre sus brazos. Ese, paradójicamente, fue uno de los momentos más increíbles de mi existencia y sé que solo ella me lo pudo dar.

Así es Kyana, mágica.

Justo un año después del nacimiento de Ian, no enteramos de que Noa venía en camino. Sí, fue un poco rápido pero igual sabíamos que podría suceder y lo cierto es que lo deseábamos. Éramos felices con aquel pequeñín que ya a su corta edad era todo un huracán, sin embargo, deseábamos tres y pronto.

El nacimiento de él fue distinto, sin embargo, se tomaron las precauciones y pese a que terminó igualmente agotada, nada ocurrió salvo el llanto de nuestro hermoso bebé que ya deseaba hacerse notar a tan temprana edad.

Ahora, su barriga es de cinco meses, no es muy grande, y debo decir que, como en los dos embarazos anteriores, se ve preciosa. La diferencia ahora radica en que Mía ha mantenido más fatigada a su madre, y la presencia del par de diablillos, no ayuda.

Si no fuera por Fany, que ahora trabaja aquí y por Irina, creo que Kyana ya nos habría mandado a volar y es que llegar al atardecer es la locura y salir por la mañana, también.

Ese par no dan tregua; el mayor tiene ya tres años y medio y el menor; un año ocho meses. Paso el mayor tiempo posible con ella y los niños, e intentamos hacerlo todo juntos, pero a veces me es difícil, la empresa requiere cierta presencia que no puedo eludir y es ahí cuando Fany, Irina y Kya danzan por toda la casa tras ellos.

¿Qué puedo decir? Soy feliz, en demasía. Amo mi vida, lo que hemos construido juntos, amo a ese par de pequeños que me inyectan alegría, que me hacen querer ser mejor cada día, pero sobre todo, muero por esta bella mujer que mi corazón eligió desde el mismo momento que entró en ese salón, hace ya trece años.

Eterno, Muy profundo II © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora