16. HORAS.

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El vuelo transcurrió en medio de un incómodo silencio, la observaba cada dos segundos esperando a que se rompiera en cualquier instante. Lucía demasiado ansiosa, preocupada y sé que no era para menos, su mundo daba un viraje total nuevamente en poco tiempo, no era sencillo asumirlo, aceptarlo. No obstante, pese a todo eso, Kya me permitía acercarme, eso para mí era un regalo que decidí recibir sin cuestionarlo.

Después de aquel enfrentamiento con mis padres, que deseo olvidar cada día pues no quiero amargura cuando lo que la vida me ha dado, a pesar de esos nueve años, ha sido felicidad. Duermo, como, respiro, sonrío, planeo, fantaseo y siento a su lado. Y aunque tardó mucho tiempo tenerla así, junto a mí, ahora siento que no debo pedir más al destino. Ella es lo único que deseo, mi sueño, mi pasado, mi presente y mi futuro, sería ambicioso si pretendiera más. Tengo la familia que anhelé, todo va más que bien... tanto que incluso a veces me pregunto si es real tener tanto, si merezco todo esto. Y es ahí cuando ella lo nota y me sonríe de esa forma dulce que solo mi ángel sabe; pasa una yema de sus dedos por mi mejilla y besa la comisura de mis labios para soltarme un «te amo» en forma de susurro dejando su estela de aliento por mi piel. Juro que en esos momentos me siento un súper héroe, alguien poderoso, fuera de este mundo... Sí, todos mis miedos se disipan y solo puedo ver que luchamos tanto por estar aquí, que a pesar de lo que sucedió, de lo que mi gente le hizo, vivimos una vida tal como la ideamos, como imaginamos tantas veces tumbados en nuestra playa entre besos y caricias. Ni todo el odio, prejuicios e intolerancia que nos rodearon, lograron terminar con lo que somos, con lo que sentimos, con lo que amamos.

***

Las cosas fueron tirantes después de aquel evento. Pero lo que en realidad me tenía alterado era verla en ese estado, no el propio resquebrajamiento de lo que solía ser, cuando pequeño, mi familia. Kyana parecía tener un problema con la ingesta de alimentos y, por si fuera poco, cuando salió de la camioneta después de aquel precario desayuno en el que no paraba de mirarme afligida y en el que luchó por engullir una miserable cantidad de frutas, creí que perdería el conocimiento. Nada, absolutamente nada, fue más importante que su salud. Si no veía que mejoraba con celeridad contemplaba llevarla al médico. No pude contenerme, la cargué sin preguntarle. Juré, por como la había estado sintiendo respecto a mí —cedía y retrocedía todo el tiempo— que me pediría que la bajara, pero no fue así... se acurrucó después de preguntarme «¿Qué haces?» en mi hombro y rodeó mi cuello, nada fue comparable con eso. Yo ya había desnudado mi alma nuevamente en aquella casa que guardaba solo recuerdos amargos de mi vida y rogaba por que ella lo hiciera, para que su interior lograra ser más fuerte que su «deber ser» de su vida construida lejos de mí.

La recosté en la cama, sus ojos no me observaban, agotados y a la vez alerta. De pronto su móvil sonó y sin más sentí que partiría algo con el menor de los esfuerzos. Santiago. Ese era su nombre. Escucharla llamarlo así, con esa paciencia, con esa manera tierna casi logra que me desmorone en esa habitación que estaba frente a la mía. El miedo de no lograr llegar de nuevo a ella, la ignorancia sobre su vida esos nueve años, la causa de esa ausencia... todo me golpeó con tan solo escuchar de sus labios aquel nombre. En ese momento comprendí que Kya siguió sin mí, que incluso estaba comprometida y que yo... estaba interfiriendo. Lo peor era darme cuenta de que no me rendiría, no la dejaría, no a pesar de verla hablar de esa forma con el que en ese momento era su prometido. Una vez le juré que sabría regresar a ella, nueve putos años me tardé. Ni uno más, ni siquiera más horas... Haría todo, absolutamente todo, no la presionaría, iría a su paso, pero esa mujer no iba a salir de mi casa sin su mano entrelazada con la mía... Jamás.

Eterno, Muy profundo II © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora