Capítulo 2.

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Cuando Zarina abrió los ojos no supo decir si en realidad los había abierto o qué había sucedido porque todo lo que vio fue un color negro, moteado de blanco en ciertas partes y un extraño olor a viejo le dio en las fosas nasales. Detestaba tener tan bien desarrollado sus sentidos.

Los ojos le ardían todavía y no supo por qué. Hasta donde ella recordaba no estaba bajo efectos de opio alguno o alucinógeno. Comenzó a pensar que podía ser probable que en el Mercado Oscuro pudiera haber comprado hongos alucinógeno a algún vendedor de que le mintieran diciendo que eran simples champiñones. Tenía el cuerpo doblado, literalmente, estaba doblada como un costal de papas sobre...algo. Alguien.

Cuando los oídos se le destaparon pudo identificar que no eran murmureos de Aiden lo que llevaba escuchado desde hacía varios minutos atrás. Eran otras voces. La que se escuchaba más cerca era grave y profunda, un poco más grave y podría jurar que el sujeto usaba megáfono para hablar. Ese sujeto la llevaba cargada como el costal de papas que, obviamente, no era. Ese sujeto debería comenzar a aprender a diferenciar las cosas.

─Ay, por favor, esta chica lleva dormida desde que llegó. Dudo que vaya a despertar hasta que la vea ─dijo Don Megáfono. Seguro de sus palabras.

Sabía que sacó esa conclusión por la forma en la que iba colgando en sus brazos, como inerte, sin vida, dormida, como él lo había dicho.

─Aiden ─susurró casi tan bajo que si los que la escoltaban escuchaban, habría parecido más un murmuro del viento rozando la pared que una voz.

Su cuerpo se movía de un lado a otro y hasta cierto punto ya le había parecido entretenido y gracioso. Parecía una muñeca de trapo y ella adoraba esas muñecas. De pequeña había tenido unas cuantas que le donaban. Las piernas le colgaban igual y topaban contra el abdomen de Don Megáfono de un modo que si hubiera sido una patada fuerte, probablemente le sacaba el aire y quizá pudiera tener chance de bajarse y correr. Sus miembros caían en peso muerto en dirección al suelo, bailando de un lado a otro de un modo casi cómico, escuchando de fondo el sonido de unas cadenas repiqueteando entre ellas.

Oh, dioses.

La habían encadenado.

¿En serio?

Pero había una pequeña duda que resolver primero: ¿dónde mierdas estaba?

Te tuvieron en una celda por unas horas, respondió en su cabeza en modo automático. Siempre anticipando sus preguntas con sus respectivas respuestas.

Punto para Aiden.

─¿Unas horas? ─De nuevo, casi tan bajo que era solo para ella misma.

Igual apenas desperté. No vi a nadie, solo escuché y entendí que llegamos en la noche y ya amaneció.

No le demandaría que le dijera más porque cuando ella caía en un estado muy profundo de sueño, él igual. Era como si se desconectaran. Aiden se desvanecía por un momento hasta que Zarina recuperaba la consciencia y volvía en sí. Aiden, cuando Zarina dormía, podía andar de vez en cuando solo ya que ella no estaba del todo dormida, o no en una inconsciencia que parecía haber sido inyectada con opio mismo. Pero en ese momento sí. Algo tenía ese humo que inhaló afuera de su casa.

No pude ir más allá de la celda. Era como mantenerme encerrado, dijo en un modo casi frustrado.

Entendía que Aiden odiaba cuando eso sucedía, que por ella no podía ir a muchos lados más allá de ciertos metros porque la mayoría de su control estaba en sus manos.

Don Megáfono ya no habló sino que se dedicó solo a seguir cargándola como un peso muerto más, ajeno a que estaba más que despierta en ese momento. Sobre su hombro, la sacudió para acomodarla mejor; sin darse cuenta, de tanto que se estaba moviendo se estaba resbalando y parecía no querer que Zarina azotara en el suelo como un buen trozo de res. Zarina, cuando sintió cada órgano de su cuerpo moverse ante eso soltó un quejido pero los hombres quizá solo lo vieron como una señal de que la droga ─o lo que fuera que le hubieran dado─ estaba pasando.

Crónicas de Dreyma I. Estrella de Mediodía © #PunicornDonde viven las historias. Descúbrelo ahora