Capítulo 5.

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Había estado en una especie de coma cuando la metieron en los calabozos y estaba sumida en un sueño profundo. Sí. Pero no significaba que en realidad estaba dormida en plan para relajarse.

Estaba contra su voluntad y punto.

Por eso en su primer noche en el castillo no le había costado para nada dormir como si fuese una recién nacida luego de comer. Ni siquiera había cenado pues se había sucumbido en un sueño digno de parecer de días o noches enteras. Tan dormida que su cabeza no se había molestado en crear sueños que pudiera ella experimentar y luego recordar mientras bebía plácidamente su jugo de naranja.

Mueve tu trasero, alguien llama a la puerta desde hace varios minutos, avisó aquella voz que conocía de toda la vida.

Se removió en su lugar en la cama y abrió de poco a poco sus ojos, sintiéndolos pesados por el sueño tan profundo que su cuerpo se molestó en tomar. Se incorporó y se quedó sentada en la orilla de la cama, viendo de reojo como había tomado sólo una sábana para cubrirse del viento frío que entraba por el balcón expuesto.

No había sido un sueño. Era verdad que estaba en el castillo.

Estuvo bastante tentada a volver a tumbarse de espaldas sobre la cama y cubrirse con la sábana fina y volver a sumergirse en el sueño profundo que estaba teniendo y Aiden osó en interrumpirla.

─Ve y abre tú, Aiden, deja de joder ─se quejó mientras se dejaba caer de espaldas sobre la suave cama y a tientas se cubría el rostro con una almohada cercana.

¿Me viste cara de tu sirviente? Levántate o tumbaré esa puerta, la voz retumbó en su cabeza y con un gruñido se levantó.

El camino de la cama a la puerta jamás se le había hecho tan largo, pasando la entrada a la otra parte de la habitación en la que estaba el piano de cola, el librero y demás cosas. Fugazmente pasó una mirada por la puerta que conducía al baño y al armario y velozmente se preguntó si sus pertenencias seguirían ahí dentro esperando a por ella. Llegó finalmente a la puerta y a ciegas buscó el pomo, girándolo luego de quitar el cerrojo, viendo del otro lado a una mujer, no, joven menuda con cabello marrón atado en un moño en lo alto de su cabeza y cuyos ojos del mismo tono que su cabello brillaban de una forma casi cegadora. No debía tener más edad que ella. Si acaso la muchacha podía tener unos diecisiete años.

Una amable sonrisa y blanca la recibió cálidamente del otro lado de la puerta. Iba vestida con un viejo mandil y un traje de mucama negro. Iba un poco encorvada sobre su espalda pero no dejaba de lado los gestos amables de después de quién sabe cuánto tiempo tocando en su puerta. Le devolvió la sonrisa, medio dormida, y al bajar la mirada se topó en sus manos ropa cuidadosamente doblada, olía incluso a recién planchada. La reconoció como ropa de entrenamiento, ropa de combate, y se preguntó el por qué ella se habría tomado tantas molestias en plancharla si quizá podría imaginarse que la haría mierda apenas tocando la arena de entrenamiento.

─Oh, hola, buenos días ─saludó con una sonrisa, esperando a que la mujer no se desmayara por su aliento matutino.

─Buenos tardes, en realidad, señorita Kaelyn. Me llamo Mileen y seré su dama de compañía en su estadía aquí ─se presentó muy cortésmente y Zarina casi le azotaba la puerta en la cara para irse a lavar y volver para ofrecerla una sonrisa digna de la energía que la chica derrochaba.

¿Tardes? ¿Había dormido toda la santa mañana? Oh, no. Sawyer le había dicho que la vería por la mañana y quizá había ido puntualmente a tocar su puerta y ella había estado muerta pérdida en sus sueños. Aiden podría haberla despertado de ser necesario en todo caso de que Sawyer fuera a despertarla pero no le dijo nada, o quizá la hizo quedar mal sólo por el hecho de que a Aiden no le agradaba del todo Sawyer.

Crónicas de Dreyma I. Estrella de Mediodía © #PunicornDonde viven las historias. Descúbrelo ahora