Capítulo 10.

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─Anda, Kilyem ─había dicho Zarina a su amigo mientras caminaban por el pasillo, alejándose de la sala de entrenamientos─. Sólo esta vez.

─Eso me dijiste la última vez y ambos tuvimos que limpiar los calabozos una semana, estúpida ─replicó él al mismo tiempo.

─Ay, vamos, sabes que esa vez valía la pena. Digo, ¿quién tiene una serpiente de dos cabezas y no usarla como broma? ─dijo en tono burlón.

Zarina iba pasando las manos por la suave seda de las cortinas y barría el suelo, levantando una leve capa de polvo del suelo. Le gustaba hacer eso. Era como ver el polvo que se alzaba cuando un cuerpo muerto caía al suelo sin gracia y retumbando.

Luego de varios intentos de convencerlo, lo hizo, con unos ojos en blanco y un resoplido. Zarina le había pedido ir a la biblioteca para pasar el rato antes de que la obligara a meterse en su habitación. Le gustaba estar ahí porque era como su espacio personal pero si de explorar se trataba, bueno, la balanza se había bastante pesada hacia el explorar. Incluso si ya conocía aquél castillo como su propia casa.

Siempre hay más que explorar. Dejar de explorar es darse por vencido, creer que conoces todo pero cuando te das cuenta, has vivido en un mundo falso que creíste descubierto en su totalidad, le había dicho Aiden y Zarina lo guardó como uno de sus mejores comentarios.

Y así, fue entonces la amiga de Kilyem iba paseándose por los estantes y pasillos de la biblioteca real. Aquél lugar siempre le había parecido de los más bellos de entre todo el castillo: cortinas que abarcaban toda la pared desde el techo de la torre hasta el suelo, arrastrando; muros de estantes cubiertos de todos los títulos habidos y por haber. Mapas enrollados en una sección especial. Libros más que antiguos sobre Dreyma, escritos en la lengua de las hadas antes de desaparecer, escritos en hojas secas por las hada del bosque, otros en conchitas de mar por las hadas del mar. Toda esa magia había desaparecido.

Fue cuando los mortales comenzaron a escribir en libros más sofisticados hasta la fecha.

Subió una pequeña escalera móvil hasta que llegó al tercer nivel de aquél estante que había elegido como el digno de ser violado de acumulación de polvo y tomar algún libro.

─¿Qué? ¿Qué es esto? Estoy segura de que esto ni es una lengua ─se quejó cuando miró el lomo y le sopló para espantar el polvo.

Se alzó ante ella como con imponencia y ella solo lo apartó con un manotazo para luego volver la atención nuevamente al título ilegible del libro. No sabía si era porque ya estaba demasiado viejo y el tiempo había acabado con las letras o porque sencillamente no era posible leerlo en español.

─¿No sabes fairea? ─le preguntó Kilyem desde el pie de la escalera.

─Lo dices como si tú sí ─reclamó mientras daba vueltas al libro y busca algo más escrito.

─No, no sé. Por eso no leo esos libros.

Zarina cayó con ambos pies limpiamente sobre el suelo, tan limpio que apenas fue capaz de alzar una capa de polvo alrededor de sus botas. Estaba entrenada para caer de la forma más sigilosa posible.

Lo miró lentamente con la mirada hacia arriba debido a su altura y frunció el ceño.

─Espera ─le dijo y dejó de girar el libro y levantó una mano─, ¿sabes leer?

Kilyem había puesto el rostro serio cuando la escuchó de aquél modo tan firme y parecer que estaba prestando atención a todo menos a lo que estaban hablando antes, o al menos así hasta que hizo aquella pregunta y sonrió. Su amigo sonrió y soltó una risa que retumbó por el estante del que acababa de bajar.

Crónicas de Dreyma I. Estrella de Mediodía © #PunicornDonde viven las historias. Descúbrelo ahora