Prólogo

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Septiembre. 2017.

Acababa de cumplir mis 16 y comenzaba primero de bachillerato. Me sentía nervioso. Todo se torcía: mi vida, mis amigos...Se habían quedado atrás, en mi antigua ciudad. Ahora tocaba comenzar de cero. Sin embargo, nunca había sido muy partidario de empezar las cosas por mí mismo. Mamá y papá estaban preocupados por mí.
-Juan, siempre le ha costado encajar... Y cuando por fin logra hacer amigos, resulta que se lo arrebatamos todo.
-Por el amor de dios, Teresa, no montes un drama. Sabes que nos hemos visto obligados a realizar la mudanza. Aún es joven, tranquila, solo le falta espabilar un poco y se hará todo un hombre.
- No, Juan, ¡No! Nuestro hijo es realmente tímido, ¿acaso lo has visto alguna vez si quiera acercarse a una chica? ¡No quiero que lo pase mal, Juan! Él... es mi niño... lo quiero tanto...

Odiaba tener que escucharlos hablar sobre mí en la cocina y sobre mi supuesto problema para hacer amigos. Nunca había sido muy popular, cierto es, pero siempre había preferido calidad que cantidad. Ya había soportado demasiados años acudiendo a un jodido psicólogo porque tengo «déficit de atención», o como yo prefiero decirlo, siempre estoy en mi mundo.
Mis padres y yo tuvimos que mudarnos a Madrid por cuestiones de empleo o esos rollos que a mí nunca me cuentan.
Desde que llegué allí, tengo una libreta en la que siempre escribo una frase antes de acostarme. La primera que escribí fue:

«Que encajes en un lugar, no significa que pertenezcas a él»

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